Morir de amor
Por Axl Flores
«Una tarde se le acercó la princesa
Con apresuradas palabras
“Tu nombre quiero saber
tu patria, tu alcurnia”.
Y el esclavo dijo: Me llamo
Mohamed, y soy de Yemen,
y mi tribu es la de los Asra
los cuales mueren cuando aman».
–Los Asra de Heinrich Heine
Pocos cineastas en el cine contemporáneo pueden ser tan misteriosos de una forma tan paradójicamente clara como Christian Petzold; agrupado primeramente dentro de la famosa Escuela de Berlín, Petzold ha encaminado sus búsquedas a un cine que a ratos se debate entre lo complejo y lo transparente. Si una película como Yella (2007) ya se orientaba en esa contradicción a través de lo fantasmagórico apenas sugerido por el agua, la llamada trilogía del amor en tiempos represivos —Bárbara (2012), Fénix (2014) y En tránsito (2018)— llevó a su máximo aquella premisa, no solo porque cada película representa un misterio en sí misma, sino porque agrupadas como una supuesta «trilogía», más que acercarse entre ellas —principalmente por una cuestión temática— parecen intrincarse o de menos cuestionarse.
Del resurgimiento del personaje de Nina Hoss en la escena final de Fénix queda poco en los personajes de En tránsito, que viven en una suerte de tiempo atemporal y tratan de huir de un destino que están obligados a repetir; de un número de serie marcado en el antebrazo como epítome de lo sufrido y a la vez la esperanza de un resurgimiento, se pasa a los rostros llenos de vergüenza (y un cierto alivio) en medio de una redada en la que el protagonista observa cómo una madre es arrastrada por policías modernos, pero que usan los modos de persecución de la Segunda Guerra Mundial. Por eso ahora que Petzold ha declarado estar realizando una nueva serie de películas sobre el amor y los elementos naturales —cuya primera entrega fue Undine (2020)— resulta un tanto clarificante el misterio de la aparente claridad de Cielo rojo (traducción exacta del alemán Roter Himmel que tal vez queda a deber un poco frente a la reconstrucción del nombre con el que se promocionó internacionalmente: Afire).

Nacida de una anécdota un tanto curiosa en la que Petzold —en medio de unos sueños húmedos causados por el COVID 19— se preguntó por cómo el verano ha sido retratado en el cine alemán después de ver un ciclo de las películas de Éric Rohmer, Afire nos presenta un verano en la vida de Leon (Thomas Schubert), quien acude junto a su amigo Felix (Langston Nivel) a una casa vacacional para tratar de terminar su segundo libro. Sin embargo, la tarea se torna complicada cuando se da cuenta que una invitada inesperada llamada Nadja (Päula Beer) los acompañará en la casa.
La convivencia de Leon con Nadja, aún sin saber más que su nombre, se torna inmediatamente terrible. Nadja es desordenada e incluso resulta ser ruidosa, tiene los comportamientos propios de alguien que se cree en soledad que afectan a sobremanera a Leon, quien aún sin entablar una palabra con ella comienza a «detestarla». Es ahí donde la relación con el cine de Rohmer parece emerger en la progresión dramática de los personajes. El primer encuentro entre Nadja y Leon es abrupto y aunque la afabilidad de Nadja y Felix lo llevan a buen puerto, desde ahí seguirán una serie de enfrentamientos pasivo-agresivos (a los que se unirá Devid, amante primero de Nadja y después del propio Felix) que no solo mostrarán la incompatibilidad del protagonista con sus similares, sino con su propio entorno.
Y es que cada rabieta, enojo o negación de Leon, más que hacerlo un protagonista insoportable, nos da muestra de su profundo patetismo. Es él mismo quien se reclama después de usar una excusa como «mi trabajo no me lo permite» para rechazar una ida a la playa y también el que desprecia la opinión de Nadja sobre su libro por venir de una vendedora de helados (sin saber que es una estudiante de posgrado en Letras). Leon es un personaje encerrado en sí mismo, en sus propias ambiciones que no le permiten disfrutar la declamación de un bello poema en una sobremesa por pensar que alguien está tramando algo contra él o, incluso, ver un incendio hasta que lo tiene demasiado cerca y Petzold es en parte un tanto duro con su protagonista.

«El poema Los Asra del Romanzero de Heine declamado por Nadja toma vital importancia, principalmente por ese morir de amor que retrata el poema a través del rostro del esclavo Mohamed».
Si Nadja, Felix, Devid o hasta el editor Helmut parecen provenir de esa referencia a Rohmer, Petzold muestra a Leon como un ente aparte de todo ese homenaje, basta comparar cualquier plano de los veranos de Rohmer con uno que se centre en la figura de León para comprobar el ligero desaire que tiene Petzold para con la personalidad de su protagonista: ropa toda en negro en medio del sol y una postura totalmente desalineada que lucha contra el sueño para apenas hojear un libro lleno de arena que, en el mejor de los casos, resulta en una situación sumamente cómica. Una reapropiación muy Petzoldiana del estilo de Rohmer porque más que clarificar su relación, la desdibuja totalmente rumbo a la segunda parte de la película para ir por caminos más trágicos que lo alejan del optimismo habitual del cineasta francés.
Es entonces que el poema Los Asra del Romanzero de Heine declamado por Nadja toma vital importancia, principalmente por ese morir de amor que retrata el poema a través del rostro del esclavo Mohamed. Si en Undine el agua resultaba un testigo eterno de la imposibilidad amorosa marcada incluso en aquellos muros submarinos con el nombre de Undine, el fuego tiene un papel más disruptivo en Cielo rojo, no solo por el incendio que amenaza la vida de los protagonistas y que da uno de los planos más desafortunadamente bellos de la película —y tal vez de la filmografía de Petzold— en el que dos amantes continúan sujetándose de las manos pese a ser abrasados en vida, sino porque traza el propio morir de amor de Leon: el de un amor apenas balbuceado que solo puede encontrar refugio en papel. Y ahí el de un cine con la voluntad de esclarecer lo complejo sin caer en lo superficial, en Petzold vive un romántico que sigue buscando entablar relación con la tradición, pero también un transgresor dispuesto a reescribirla con sus propias reglas. Lo mejor de su cine vive en esa tensión.
Cielo rojo de Christian Petzold se exhibe en cines de México desde el 5 de septiembre de 2024.

