Crítica

Crítica: Vitalina Varela de Pedro Costa

Crítica| La maestría del cine de Pedro Costa aparece de nuevo en «Vitalina Varela», una película llena de dolor y añoranza, pero también de una postura política en cuanto al cine.

La belleza de las sombras

Por Axl Flores

La singularidad de una película como Vitalina Varela (2019) de Pedro Costa plantea el problema de no poder separarla de la singular figura de su director, un autor que precisamente se podría encontrar, sino totalmente fuera, sí en los márgenes de la llamada teoría de los autores, o al menos de lo que se entiende como uno en el cine contemporáneo; pese a que en sus películas el cine emerge de formas únicas e inesperadas, Costa ha expresado en múltiples de sus entrevistas no verse como un profesional, como declaró al Festival de Locarno en 2019: «muchas veces no filmamos, podemos esperar al sol a la lluvia, no somos profesionales».

En Vitalina Varela, Costa sigue el camino trazado desde Casa de lava, primer filme en el que Cabo Verde toma un papel central en su obra, pero en esta ocasión lo hace a través de Vitalina (quien ya había aparecido como personaje secundario en Caballo Dinero), una mujer caboverdiana que llega a Portugal para acudir al funeral de su recién fallecido esposo, de quien, por más de 40 años, esperó el boleto de avión que pudiera reunirlos. Sin embargo, apenas a su llegada, en una escena magistral que plasma la belleza que el cine de Costa sabe encontrar entre las sombras, un grupo de mujeres le informa que es demasiado tarde, pues el entierro se ha realizado hace tres días y nada queda para ella en esa tierra, pero Vitalina decide quedarse.

Fotograma de la película "Vitalina Varela" de Pedro Costa.

Es a través de esas mismas sombras que anunciaron la llegada de Vitalina que se desenvuelve casi toda la película, los pasillos y escaleras del barrio de Fontainhas adquieren una dimensión casi mística, donde el dolor y la añoranza conviven en los rostros de personas olvidadas que buscan conseguir un medio para poder pagar sus gastos, sin embargo, la estética de Costa —en ocasiones casi expresionista y en otras emulando los paisajes fordianos— no crea una metáfora de los sentires de este grupo de personas, sino que las mira de frente en un proceso de descubrimiento mutuo, no hay nada de ese cine que encuentra algo «poético» en el dolor de los desprotegidos, al contrario, en sus películas el cine luce como un camino para sanar cada una de esas heridas que ha dejado el tiempo y es que cada guion es resultado de un trabajo colectivo entre los actores no profesionales y el director, que lo ha llevado a crear un método propio de actuación/dirección que solo puede ser entendido en el contexto de cada película.

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El de Costa es, entonces, un modo de trabajo inimitable y tal vez sea esa cualidad la que ha llevado a pensar su cine con adjetivos como «surrealista» o, incluso, como uno de fantasmas, por ejemplo, en Vitalina Varela se observa constantemente el deambular de un físicamente afectado Ventura (quien más, sino el protagonista de Juventud en marcha puede representar a la perfección la unión formal y temática del cine Pedro Costa), ahora como un sacerdote, pero reducir su presencia al plano fantasmagórico (el personaje como un símbolo), sería pasar por alto los alcances políticos de una obra en la que la importancia de la presencia de los olvidados radica en su presencia misma, en ver en ellos una total entereza que no puede ser separada de su corporalidad.

Fotograma de la película "Vitalina Varela" de Pedro Costa.

«El cine de Costa borra la distancia entre las vivencias reales de sus personajes y su representación, las une en un mismo sentido en el que la vida encuentra nuevas facetas del cine y viceversa».

Es así, que el corazón y la fuerza de la película se encuentra en la misma Vitalina, en el camino de sanación que se le presenta a través de encuentros y desencuentros con los habitantes del lugar, el cine de Costa borra la distancia entre las vivencias reales de sus personajes y su representación, las une en un mismo sentido en el que la vida encuentra nuevas facetas del cine y viceversa, es ahí donde reside su maestría. Esa falta de profesionalización comentada al inicio del texto (desmentida por la puesta en escena y la puesta en cámara) denota la sabiduría de un cineasta que entiende lo cinematográfico no como un proceso excluyente de lo demás, sino como consecuencia de una sensibilidad en la que el cine y sus posturas políticas no pueden separarse abruptamente de las de la vida.


Vitalina Varela se exhibe en salas de Cineteca Nacional como parte del 40 Foro Internacional de Cine.

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