Por Axl Flores
Aún en la actualidad resulta polémico el uso del término LGBTTIQ para agrupar a las distintas minorías sexuales que desafían a la heteronormatividad dominante en el sistema capitalista, por lo que en 1990 la organización Queers Nation, recurrió al término Queer para hablar de cualquier manifestación sexual fuera del mainstream. En un manifiesto distribuido ese mismo año en la marcha del orgullo en Nueva York, esta organización afirma que ser Queer se trata de “definirnos a nosotros mismos; se trata de género, sexo y secretos, lo que hay debajo del cinturón y en el fondo del corazón”[i].
En No me toques (Touch me not, 2018), ópera prima de la rumana Adina Pintile, esta búsqueda por la definición de la propia sexualidad es la principal motivación de Laura (Laura Benson) y Tudor (Tómas Lemarquis), quienes mediante un proceso de terapia adquieren consciencia sobre la unión que tienen con su cuerpo. En ese sentido la película, con una estética que debate entre la ficción y el documental e incluso adquiere ciertos tintes de metacine, es radical al retratar la liberación que produce el descubrimiento propio.
Ya el mismo nombre de la cinta habla de una cierta pesadumbre corporal consecuencia de la opresión sistemática que se ejerce sobre el organismo, Pintilie no solo ubica al cuerpo como su centro de reflexión, también lo brinda de una dimensión política en la que cada decisión individual significa una rebelión a lo establecido, prueba de ello son las entrevistas que sostiene la misma directora con la protagonista del filme: Laura. Incluso la terapia a la que esta última se somete acompaña esta rebeldía, “eres una sombra detrás de tu puerta y la sexualidad masculina es la que te tiene allí” le dice el terapeuta en una sesión.
Laura, una mujer de edad madura, soltera, sin hijos se pregunta si quiere seguir con el ritmo de vida que ha llevado, a esta duda se le agrega el desconocimiento de su propia sexualidad; inspecciona el ritual de masturbación de un hombre sin sentir satisfacción alguna, por lo que recurre a un escort transexual que la hace consciente de la diversidad de sexualidades fuera del discurso heteronormativo. No me toques, enfatiza en la aceptación de la sexualidad del otro para lograr la autoaceptación.
En un proceso similar Tudor, quien perdió el cabello a los trece años, descubre junto a un grupo de personas discapacitadas la forma de liberarse a sí mismo de la opresión a la que se ha sometido por negar su propia condición. En esta terapia Tudor conoce a Christian, que tiene atrofia muscular espinal y que sin embargo ejerce su sexualidad sin ningún impedimento, a la pregunta “¿qué es lo que más te gusta de tu cuerpo?” Christian responde “mi pene, es el único órgano que me funciona normalmente”.
Lejos de inspeccionar morbosamente sobre aquellas declaraciones, Pintilie desarrolla un discurso de liberación con base en ellas, que celebra a la sexualidad desde la sexualidad misma, desafiando cualquier premisa preconcebida sobre lo normal y anormal en el sexo, de hecho, uno de los personajes reflexiona sobre esta cuestión y afirma que no hay nada extraño en el sexo, solo se debe escapar de lo que te hace daño.
Así lo queer en No me toques, convierte a la película en una celebración a la diversidad, fuera de los conceptos preconcebidos de la sexualidad en el sistema patriarcal/capitalista, en la que todo sujeto es libre de vivir y ejercer el acto sexual de la forma en la que mejor le parezca, rompiendo no solo con los prejuicios de género y raza, sino también con los que se forman alrededor de una discapacidad.
[i] Queer read this, Anónimo, http://www.qrd.org/qrd/misc/text/queers.read.this.