El desierto más allá de la postal
por Axl Flores
Uno de los lugares más inexplorados por el ser humano es el desierto, paradójicamente, quizá no haya imágenes más arraigadas en nuestro imaginario que la aridez de uno. La percepción del desierto es, en la mayoría de los casos, consecuencia de lo que fotografías y documentales de televisión han logrado retratar. El más reciente largometraje documental de Everardo González, Yermo (México, 2020), es una exploración de diversos desiertos alrededor del mundo y aunque la película no se inscribe dentro de la tradición antes descrita, en su desarrollo es muy consciente de ella.
Si algo ha dejado en claro la filmografía de González es que es difícil de clasificar, pese a una cierta tendencia temática que lo podría agrupar como un cineasta de fronteras (término que adquiere nuevos matices en esta cinta), la estética de sus películas es completamente diferente de una a otra, basta con comparar la forma en la que mira la cámara en Cuates de Australia (México, 2011) que respeta completamente la lógica del documental, frente a La libertad del diablo (México, 2017) en la que la máscara que llevan los entrevistados ya significa la implementación de una puesta en escena, que expande los alcances psicológicos de la película.

En ese sentido, Yermo es igual de inclasificable y quizá ese sea su mayor mérito, la película no sigue ningún parámetro para la captación de lo “real”, no es ni una etnografía, ni un documental observacional, tampoco una suerte de paisajismo; es solamente, como el mismo nombre puede referir, una película sobre el desierto. La cinta parece conocer que esos lugares ya han sido filmados ocasiones atrás y por eso no se conduce por la salida fácil de la espectacularidad de la imagen, en un momento el guía del equipo de rodaje comenta “un video grabado entre tanta nieve, tendrá gran valor para ustedes”, lo que en otro documental puede ser un final, en Yermo solo forma parte del trayecto.
Esa hipótesis es aún más evidente en una escena en la que dos nativos de Namibia platican mientras realizan sus labores habituales, la imagen es sumamente bella por sí sola, pero lo que comentan las dos personas es aún más revelador. Habituados a las cámaras se preguntan si los que están detrás de ella también querrán grabar cómo ellos tienen sexo, pues han escuchado que anteriormente varios camarógrafos han pagado por observar el acto, es decir, una visión exótica de la otredad completamente opuesta a la premisa de Yermo. Azarosamente, al poner en evidencia tales prácticas, la película se eleva más allá de la simple exploración y también encamina una reflexión sobre las etnografías tradicionales en el cine.

«Las elipsis en Yermo rompen fronteras, sin embargo, hay una que resulta infranqueable: la del lenguaje…»
Otro aspecto interesante de la película es que marca las grandes similitudes entre los diferentes desiertos sin importar la geografía, sin referir un cambio, la cinta va del continente africano al asiático, el americano, etc.; las elipsis en Yermo rompen fronteras, sin embargo, hay una que resulta infranqueable: la del lenguaje. Es sumamente revelador como el mismo Everardo entrevista sin ningún filtro a las personas en México, pero recurre a un traductor en las demás ocasiones, sin embargo, ante tal barrera, no hay un intento de explicación de lo visto desde la lógica del extranjero, lo filmado busca explicarse por sí mismo.
Finalmente, la exploración de Yermo es interesante porque no busca formular un retrato del desierto desde una lógica urbana, que nos haga entendibles las dificultades de la vida en él, sino que cuestiona esa misma óptica. Mirar el desierto más allá de la postal.
Yermo puede verse en Ambulante en Casa todo el 2 de mayo.