Crítica

Crítica: Las Brujas de Robert Zemeckis

La romantización malograda de una reliquia de los 90´s

por Paulina Vázquez

El fracaso se describe como el resultado adverso en una cosa que se esperaba que sucediese bien, este adjetivo resulta lastimosamente la palabra que mejor describe a Las Brujas (The witches, 2020), nuevo filme de Robert Zemeckis estrenado este fin de semana en salas mexicanas, un intento de reinterpretación de la adaptación de la novela homónima del escritor británico Roadl Dahl (publicada en 1983), que Nicolas Roeg llevó con éxito a la pantalla en 1990.

“Las brujas son reales”, es la premisa con la que se anuncia el filme que desafortunadamente no logra abarcar su dialéctica, aún dentro de la fantasía ─y a pesar de que esta versión contemporánea busca apegarse a la novela de Dahl─, culmina en un proyecto que dista mucho de lo que se esperaba fuera un filme lóbrego e impactante o al menos bien ejecutado.

El tono en que es abordada esta nueva versión, la caracterización de sus personajes, así como la romantización de los elementos que en la obra original se plantean desde la categoría de lo siniestro o terrorífico para un público infantil, ponen en una desventaja absoluta la lectura de esta producción de Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, sobre todo al ser inevitablemente comparada con la versión de los 90´s la cual es y seguirá siendo acogida como la favorita y auténtica por las varias generaciones en las que logró dejar huella.

El filme comienza con la agradable figura de Octavia Spencer representando a la abuela, en una versión que perpetúa el rol de género y el estamento de las mujeres adultas mayores al mostrar a una mujer alegre, inquebrantable, cuyo amor ilimitado y sus cuidados abnegados acogen a su nieto víctima de una reciente orfandad que no alcanza la anagnórisis, ni a despertar la empatía del espectador ocasionando que sus roles se estanquen en ejecuciones de personajes simples y fastidiosos.

«La banda sonora por su parte hace lo propio al saturar de estruendosas composiciones dolorosamente ilustrativas del tinte emocional de cada escena, subestimando así, doblemente, la inteligencia del público al que está dirigido».

Su prolongada duración vuelve tedioso el filme, forzando el foco de la atención hacia la producción aparentemente pomposa que flaquea en la calidad de sus animaciones sosas y sobreexplotadas, pero sobre todo en la calidad de sus efectos especiales. La banda sonora por su parte hace lo propio al saturar de estruendosas composiciones dolorosamente ilustrativas del tinte emocional de cada escena, subestimando así, doblemente, la inteligencia del público al que está dirigido.

Por otra parte, el abordaje del arquetipo de la bruja como el demonio encarnado en un cuerpo femenino, a pesar de que se muestra semimutilado, continúa apegándose a los cánones de belleza occidental que determinan quien es o no “una mujer bonita” ─ser de tez blanca, delgada, curvilínea, alta, estar maquillada, entre otros─, no hace más que evidenciar el firme interés de comercializar una película trivial de entretenimiento que estimule al público a ser complaciente con la mediocridad.

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