Crítica

Crítica: Beanpole de Kantemir Balágov

Una pieza desbordada y absoluta

por Paulina Vázquez

Al canto

Despierta, como quieras, pero despierta en mí,

desde el frío, desde las adormiladas profundidades.

No sueño con que pronuncies una palabra pero

dame algún indicio de que aún estás vivo.

No estoy pidiendo la permanencia ni el instante.

Acaso no un verso, sólo un suspiro, un grito.

Acaso sólo un lamento o un susurro.

Acaso el sordo sonar de tus cadenas.

Olga Berggolts

Beanpole en inglés se define como “a stick for supporting bean plants”: un palo para soportar plantas de frijol. O de manera informal como “a tall, thin person”: una persona alta y delgada. En español significa tutor(a). Aunque la palabra que mejor define este filme es, sin lugar a dudas, «absoluta», pues comprende exactamente y de manera soberbia todos aquellos componentes que un film necesita para ser considerado una proeza fílmica completa.

De potentes cualidades tanto estéticas como fotogénicas, Beanpole (2019) desarrolla su narrativa en un Leningrado cuyas heridas de posguerra aún escuecen y apenas se dan tiempo de cicatrizar. Persisten únicamente los cimientos. Las paredes resquebrajadas y los cuerpos mutilados e incompletos de los soldados son vestigios y recuerdos vivientes del conflicto bélico que, si bien vitorea su triunfo, en la oscuridad padece y lame sus apostemas.

Diáfana y absorta permanece quieta, perdida profundamente dentro de un espacio en el que su mente deambula ocasionalmente. Mira a la nada, su garganta cruje intermitentemente durante el espasmo que se apodera de su conciencia, de su gran cuerpo. Es así como se nos presenta a Iya Sergueeva, el maravilloso y trabajado personaje que Viktoria Miroshnichenko interpreta en el segundo largometraje del director ruso Kantemir Balágov. Una conmoción cerebral es lo que lleva a nuestra protagonista a sufrir espasmos que la dejan congelada en los instantes más inesperados, una característica que da sentido a una trama permanentemente tensa.

Como puede inferirse, la guerra no termina con el cese del fuego, sino que se queda insertada como un virus que descontrola y determina en gran medida y para siempre la identidad de sus sobrevivientes. Nada nunca volverá a ser igual, las perspectivas se desfasan, los límites se disuelven. Prueba de ello es la imponente Masha (Vasilisa Perelygina), cuya potente presencia determina la exasperante sensación que enreda a sus dos protagonistas. Es aquí donde situamos la reflexión hacia el qué sucede después. La muerte del pequeño Pashka, quien estaba bajo el amoroso cuidado de Iya es por un lado el factor que termina por desquiciar una vida en búsqueda de sentido. El proseguir de la existencia se vuelve errático una vez llegado un límite de heridas. ¿Cuánto puedo o no procesar de lo vivido una persona? Masha no lo sabe, pero está determinada a proseguir, por encima de todo, por sobre Iya. A esta, la culpa que le desgarra le postra en nombre de una deuda, de un cariño difuso, infeccioso.

Debe señalarse que uno de los aspectos más destacables en el filme es la exquisita fotografía de las manos de Ksenia Sereda. Las extraordinarias tomas componen una cercanía abrumadora que termina por invadir el espectro visual y psíquico que el filme ofrece al espectador. Es evidente la sólida mancuerna entre Sereda y Balagov, así como con cada uno de los integrantes del rodaje, ya que el esfuerzo del trabajo en equipo logra la traducción del guion a atmósferas que pintan su tono a través de colores complementarios y temerariamente sólidos, insinuando los trazos de la escuela de la pintura flamenca. Los aceitunados y elocuentes verdes, así como los vibrantes rojos, componen la gama cromática que evocan las cualidades de la distintiva arquitectura rusa. Pensemos en la emblemática Catedral de San Basilio, en Moscú, cuyas influencias bizantinas e islámicas chisporrotean en su arquitectura. Así como en los colores y algunos elementos de este filme: sus impresionantes alfombras y textiles casi siempre en segundo plano; las composiciones a cuadro que aprovechan la altura de Viktoria Miroshnichenko al abrazar al personaje de Masha. Las luces, luces diáfanas o ambarinas se corresponden de manera equilibrada con la espesura de la penumbra de sus locaciones, logrando siempre envolvernos en una atmósfera peligrosamente íntima e intensa.

«La guerra no termina con el cese del fuego, sino que se queda insertada como un virus que descontrola y determina en gran medida y para siempre la identidad de sus sobrevivientes».

Beanpole plantea un punto de vista tan crudo como poético de la deshumanización, sobre la contrastada realidad que desborda tanto al filme como a la misma historia y la complejidad policromática de dos mujeres que giran con vehemencia una sobre la otra. La producción está cargada de un sinfín de valores simbólicos que la desbordan hasta hacerla indigerible, sin embargo, tanto su delicadeza como su furia son el menester del asombro del espectador y el reconocimiento obtenido en Cannes, donde Balagov ganó el Premio al mejor director y el Premio FIPRESCI a la mejor película en la sección de Un Certain Regard.

Este filme llega a salas de Cineteca como parte de la muestra Internacional de Cine número 68 y estará disponible a partir del 21 de noviembre, adicionalmente puede verse en la plataforma MUBI.

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