Un cine que se abre a lo espiritual
Por Axl Flores
Es ostensible el enorme paso que dio Andréi Tarkovski al momento de realizar El Espejo (1975). Una carrera que con solo tres largometrajes había causado algunas sensaciones de disgusto y principalmente de gran aplauso, fue convertida por ese filme en una filmografía objeto de censuras y persecuciones estatales: El espejo al ser considerada la película de un megalómano solo fue estrenada en salas de tercera categoría dentro de la Unión Soviética, lo que dejó al cineasta sin retribución económica por su trabajo. Sin embargo, la importancia de ese filme no solo radica en las consecuencias que le trajo con la burocracia cinematográfica soviética —que posteriormente le harían casi imposible el rodaje de Stalker (1979)—, estas apenas atisban una parte, porque desde ese momento, Tarkovski hizo más evidente su alejamiento de las fórmulas cinematográficas convencionales para usar al cine como una profundización en su estado emocional y sus ideas sobre la vida, no por nada sus últimas películas llevan de nombre Nostalgia (1982) y Sacrificio (1986).
Es muy comentada la cualidad personal de El Espejo, un hecho que el mismo cineasta confirma en las páginas de Esculpir el tiempo y que ha dado paso a toda una teoría psicoanalítica sobre el director, al presentar, como varias de sus películas, un conflicto entre la madre y la esposa o la ama de casa soviética y la mujer occidental, son fundamentales en esa materia las conclusiones de Zizek sobre el cabello de las mujeres en Nostalgia en Lacrimae Rerum: Ensayos sobre cine y ciberespacio. Si bien, la historia personal de Tarkovski es de cierta forma indisociable del film, al usar una estética que más que narrar crea un laberinto por las emociones y memorias de los personajes de la película, centrarse únicamente en ese aspecto sería reducir sus alcances.

La primera escena de la película muestra a un niño encendiendo un televisor, posteriormente sabremos que ese niño es Ignat, el hijo del protagonista Aleksei; en la imagen de la televisión se observa cómo mediante una hipnosis un tartamudo vuelve a hablar con claridad, ante la orden de una mujer él responde «puedo hablar», el rostro orgulloso del hombre es cortado por la escena de créditos. Después, se enlaza a una escena en una casa de campo, una dacha en la que una mujer se encuentra con un hombre extraño mientras espera la vuelta de su marido, ese encuentro es casi anecdótico y no tiene nada en común con la escena del prólogo de la película, es una voz en off la que da razón de lo que se observa: «Antes de la guerra ahí pasábamos los veranos… generalmente sabíamos si venían los nuestros si aparecían por detrás del arbusto». Es ahí donde Tarkovski en lugar de apelar a una linealidad dramática, se guía por una acumulación de recuerdos de vivencias y sueños en los que la poesía es como un mapa, posteriormente irán apareciendo conversaciones entre madres e hijos, peleas en el trabajo, los rostros y voces de refugiados españoles hilados por declamaciones de la poesía de Arseni Tarkovski, padre del director.
Ante tal sucesión conviene preguntarse qué es lo que se está viendo, si es producto de una ensoñación o de una hipnosis, incluso si alguno de los artificios del filme permite establecer aquella suposición, pero los cambios en el color de la imagen son más arbitrarios que el blanco y negro para el sueño y el color para la realidad; de igual forma la puesta en cámara —dominada por travellings y planos secuencia— parece eliminar cualquier noción del punto de vista, en ocasiones es el de Alexei, en otras el de María (la madre), o el de Natalia (la esposa) o el de Ignat (el hijo); en El Espejo, Tarkovski más que volver a sus memorias traza las de su familia y al mismo tiempo las de todo un país.

«La principal cualidad del El Espejo es que, frente a otras de sus grandes películas que proponen al sacrificio como la forma de aspirar a la trascendencia —véase el final de Nostalgia o Sacrificio—, propone a la infancia como el lugar ideal para ella».
Sin embargo, hay una suerte de pesimismo en la duración del filme en cuanto a las relaciones humanas, que siempre son distantes y por alguna razón ningún personaje logra congeniar con el otro. El Espejo no es una película que esté cargada del lado del protagonista Aleksei —quien sería en la película como una suerte de alter ego de Tarkovski—, sino que se le muestra en todo su egoísmo, la película es un constante errar en las relaciones con su familia.
Es por eso, que resulta totalmente esperanzador aquel momento de revelación en el que Aleksei, postrado en cama, observa cómo un pájaro vuelve a la vida en sus manos. Anteriormente se había mostrado una suerte de epifanía cuando un pájaro se posa en la cabeza de un niño y es que, aún con el pesimismo que podría caracterizar a gran parte de la filmografía de Tarkovski, con sus personajes dubitativos y nihilistas, su cine siempre está abierto a encontrar lo trascendente, un momento de comunión espiritual. Pero la principal cualidad del El Espejo es que, frente a otras de sus grandes películas que proponen al sacrificio como la forma de aspirar a la trascendencia —véase el final de Nostalgia o Sacrificio—, propone a la infancia como el lugar ideal para ella. Al final, un paseo con la madre por el bosque puede ser tan revelador como los fragmentos de La pasión según San Juan de Bach que acompañan esa última escena.