Animalia
Por Axl Flores
Cuando se habla de los animales en el cine, muy pocas veces se habla realmente de ellos. Si bien el retrato que propone el arte cinematográfico nunca es en sí mismo la absoluta realidad, sino una imagen de ella, en el caso del de los animales la distancia es aún mayor, porque varias de sus presencias se reducen a la imagen que tiene la humanidad sobre ellos o a una antropomorfización fantasiosa. De ahí, que hasta el uso del montaje como un proceso que dé continuidad a sus movimientos sea casi un intento de domesticación, de mostrar una faceta sencilla y conmovedora de estos seres.
Entre los pocos retratos que destacan por salir de esa premisa se encuentra Gunda (2021), la película más reciente del director Victor Kossakovsky, en la que se sigue a una puerquita llamada Gunda que vive en una granja junto a sus puerquitos, una gallina coja y un grupo de vacas que salen a pastar. Kossakovsky deja de lado cualquier presencia humana y se centra en lo que sucede a estos animales, por lo que el filme no tiene una gran espectacularidad en sus decisiones narrativas, sino que se dedica a brindar imágenes del día a día de Gunda sin usar artificios como la voz en off o música extradiegética que agregue un valor externo a lo retratado, es decir, en su planteamiento, Gunda busca un retrato sin más intervenciones que las que supone la cámara.

«Apenas con unos cuantos planos al inicio del film, Kossakovsky ya había remarcado con gran maestría que cada paso de la humanidad representa el olvido y la explotación animal».
Como también sucede en el documental Los Reyes (Bettina Perut, Iván Osnovikoff, 2018) en el que la vida canina de Chola y Futbol se encuentra totalmente en primer plano y la humana se reduce al fuera de campo, en Gunda dicha ausencia responde a una postura política que testimonia el triunfo de la civilización sobre la naturaleza y que consiste en mostrar a los animales precisamente como animales — pero en el polo opuesto de una vaga «bestialización»—, en ese sentido, la reconfiguración de su figura sucede con una cámara a ras de piso que se acerca a Gunda mientras huye de sus crías que la buscan para comer o en el seguimiento de las complicaciones que tiene una gallina para conseguir su alimento.
Gran parte de la crítica que plantea la película a las industrias cárnicas reside en ese retrato que rehúye de la propaganda o a adentrarse al sufrimiento y la masacre para producir una reacción emocional, sin embargo, en varios momentos Kossakovsky también parece dejar esa política formal para dar surgimiento a algunas metáforas que tergiversan el retrato inicial, principalmente por esas secuencias a cámara lenta que siguen a un grupo de vacas otorgando imágenes tan perfectas como si de un documental de televisión se tratara, una influencia que también aparece en esa tendencia a volver visibles a la mirada humana ciertos aspectos que le están velados.
Y aunque Gunda es ante toda una película que posee una belleza indescriptible en momentos tan naturales como ver a dos puerquitos tomar agua de la lluvia, es extraña esa concientización moralizante de equiparar los sentimientos humanos al de los animales cuando en un momento Gunda tiene que separarse de sus puerquitos, en una enseñanza que más que tomar en cuenta la realidad animal la inscribe dentro de una mirada antropomórfica; más cuando apenas con unos cuantos planos al inicio del film, Kossakovsky ya había remarcado con gran maestría que cada paso de la humanidad representa el olvido y la explotación animal.