Crítica

Crítica: La noche de los reyes de Philippe Lacôte

Crítica de la película «La noche de los reyes» de Philippe Lacôte.

La jauría tras los barrotes

Por Pablo Rodrigo Ordoñez Bautista

Cuando tenía 12 años las circunstancias me llevaron a pasar junto al Reclusorio Oriente. Desconozco a donde iba con mi familia, solo recuerdo la charla que manaba de sus bocas, era de preocupación e interés por el gran edificio anclado al pavimento y sus habitantes. El mundo está plagado de prisiones y uno nunca suele reflexionar en ellas, en sus mecanismos de castigo o en la fructificación de la vida a pesar de los barrotes. Las hay hostiles y decadentes, casi todas infiernos sobre la tierra; también las hay cómodas, como si fueran recintos de hotel; y otras, como la MACA, están situadas afuera de un bosque africano y en su interior se vive de forma peculiar, con unas reglas ancestrales donde la autoridad es un recluso convertido en rey. 

La noche de los reyes (La nuit des rois, 2020) de Philippe Lacôte es una película fascinante que posa su vista en la particularidad de esta prisión para dejar entrever la vida que la habita: una sociedad feudal violenta que está esperando un cambio, cuando el Dangoro (el jefe supremo que gobierna los presos) enferma y debe quitarse la vida, pues las reglas dicen que un Dangoro enfermo no puede seguir gobernando. Ansioso por su final, el jefe decide una última maniobra, encomendarse a la habilidad narrativa de un nuevo preso sobre quien cae una enorme responsabilidad, ganarle tiempo a su nuevo rey.

Fotograma de la película «La noche de los reyes» de Philippe Lacôte.

De esta manera, la película construye una tragedia shakesperiana en donde colindan fricciones jerárquicas, violencia, histrionismo y un texto dentro de otro texto. Los presos se reúnen para escuchar la historia que tiene que contarles su nuevo narrador, apoyando y potenciando sus ficciones con cantos y danzas. La prisión está derruida, su acomodo es amenazante y sucio, los espacios están tomados, los cuerpos se aglutinan en sus pasillos y su galería y son bañados por luces muy cálidas o frías. La imagen a cargo del cinefotógrafo Tobie Marier Robitaille es una del abandono, una imagen que retrata una sociedad que persiste fuera de la civilización y que capta las dinámicas de poder y las conspiraciones echadas a andar por un grupo de presos que desea un cambio. Tal parece que dentro de la prisión también hay hambre de capitalismo, de instaurar un sistema que se ocupe por enterrar el feudalismo sin preocuparse por la humanidad hacinada.

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El lenguaje visual goza de gran movimiento, aunque en el montaje no hay un gran dinamismo, los planos sin cortes son expresivos, la cámara nunca está estática, se tambalea por el esfuerzo del operador y se genera tensión, sobre todo por el poder interpretativo de todos los personajes, quienes están dotados de una gran expresividad dionisiaca.

Fotograma de la película «La noche de los reyes» de Philippe Lacôte.

«La película construye una tragedia shakesperiana en donde colindan fricciones jerárquicas, violencia, histrionismo y un texto dentro de otro texto».

La película carece de un protagonista concreto, su narración es de una cualidad coral y  observa los deseos y motivaciones de varios habitantes de esta prisión; nos preocupa el  peligro que corre el narrador si termina su historia demasiado pronto, nos interesa el destino  del rey preso quien a pesar de su movida parece estar condenado, nos afecta la emoción de  los guardias quienes sólo pueden contemplar la gresca y nos intriga la decisión del narrador por contar la historia de un bandido cuya vida se va despegando de la realidad para entrar en  los terrenos de la fantasía, mostrando de esta forma un poco de la cultura y los mitos de Costa de Marfil.

Esta colisión de estilos y tonos nos permite salir de la prisión y sufrir la precariedad de un barrio miserable, asombrarnos con las chozas de madera de un pueblo antiguo, deleitarnos con los atuendos de una realeza africana enfrascada en su propia pelea y gozar de la pacífica fuerza del océano. No obstante, cuando la película decide regresarnos a la MACA, la fantasía y la metáfora se ejercen por medio del sonido, en lugar de desarrollar un diseño sonoro que apele siempre al realismo, este remarca la atmósfera del bosque, de su fauna de grillos y los rumores de la noche arbórea, como para descontextualizar a los personajes y situarlos en un entorno más afín a su naturaleza. 

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La película tiene un final sorpresivo pero congruente; la caldera de teatralidad, cantos, lamentos y deseos termina en silencio. Al final, después de un acercamiento a eventos sociales y políticos que aún escuecen la piel de los habitantes de Costa de Marfil, y de atestiguar la muerte del bandido cuya historia trasciende, sólo queda una prisión cuyas reglas han sido cumplidas y ahora queda a merced del amanecer, del tiempo.

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