Crítica

Crítica: Phoenix de Christian Petzold

«Phoenix», el séptimo largometraje de Christian Petzold, llegará a la plataforma MUBI a partir del 22 de junio.

Una pulcritud vacía

Por Pablo Rodrigo Ordoñez Bautista

El cine ha sido escenario habitual para el conflicto bélico más destructivo en la historia de la humanidad, desde la brutalidad en las armas, hasta los distintos estragos de la postguerra en Europa y el resto del planeta. En varios ejercicios fílmicos, muchos realizadores se han enfrascado en la delicada tarea de construir ficciones que hagan justicia a la atrocidad y los indudables momentos de ternura que se amalgamaron en un sin fin de lugares y almas humanas, sin embargo, la gran mayoría de ellos han denotado una total carencia de sensibilidad, coherencia y pericia, y en el caso de Phoenix (2015) Christian Petzold no está exento. 

Phoenix es una película contextualizada en la Berlín de la postguerra y narra la historia de Nelly (Nina Hoss), una cantante de cabaré sobreviviente a los campos de concentración de Auschwitz, quien sufre una reconstrucción facial a causa de una desfiguración. Después de una operación quirúrgica y bajo los cuidados de su extraordinaria amiga Lene (Nina Kunzendorf), Nelly se enfrasca en la búsqueda de Johnny (Ronald Zehrfeld), su esposo, quien no solo ignora que sobrevivió a los campos de concentración, sino que al momento de su encuentro tampoco la reconoce, por lo que el vago parentesco que tiene con la antigua Nelly le hace idear un plan «genial»:  aliarse con ella para suplantar a su esposa muerta y cobrar una cuantiosa herencia. 

Fotograma de la película "Phoenix" de Christian Petzold.

La pérdida de la identidad y su búsqueda es, en sí mismo, un tema interesantísimo; no obstante, Petzold desarrolla un examen sobre la identidad haciendo uso de torpeza, sesgo masculino y arquetipos cercanos a estereotipos sobre cómo otra persona nos piensa o recuerda (principalmente sobre las implicaciones que esto tiene en nuestra percepción del mundo). Nelly ejerce un estereotipo que no corresponde con sus circunstancias, no se percibe en su rostro mayor marca de la barbarie que la desfiguración que vivió, cuestión que, después de todo, parece no afectarle mucho, pues su amor idealizado por Johnny es lo que rige todas sus decisiones.

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Aunque la película no carece de momentos potentes y bien construidos, o de un contrapeso arquetípico femenino para Nelly, encarnada en la fría, cínica y fuerte Lene, no existe un espacio para explorar y examinar las complicadas mecánicas que la premisa sugiere y pone en marcha. La narrativa se desenvuelve con lógica, lo que se plantea se resuelve sistemáticamente y los personajes están restringidos por una mirada sesgada que pretende ser profunda, una mirada masculina poco interesada en las implicaciones de ser una mujer que padece los conflictos que se le presentan a la protagonista.

La restricción, o quizás la falta de imaginación, también está latente en el lenguaje cinematográfico. Si bien no hay elementos estéticos criticables, tampoco los hay relevantes. Los planos son simétricos, los movimientos suaves y sobrios: perfectos; las rupturas narrativas poéticas son bellas, envolventes y competentes. La realización es impecablemente evidente, sin embargo, tanta limpieza estorba y esta esmerada construcción perjudica a su talento, pues cada actor entrega una actuación impecable pero limitada por personajes tan estrictamente delineados, representativos e ideales, pero que a ratos no se sienten humanos, ni congruentes con su contexto interno y externo.

Fotograma de la película "Phoenix" de Christian Petzold.

«La realización es impecablemente evidente, sin embargo, tanta limpieza estorba y esta esmerada construcción perjudica a su talento».

La película se queda a medio camino de retratar la compleja naturaleza de una protagonista fascinante. La verdad destructiva sobre la particularidad de su arresto y la participación de Johnny en este se pausa mientras ella se redescubre ante el recuerdo particular que él evoca sobre ella, al final, este personaje masculino despliega atisbos de ternura sin ser enteramente gris u oscuro, sólo es pusilánime.

Lo más interesante de la película es lo que no está en ella, la ausencia que se sobrepiensa. Si se respetan las construcciones con las que se rigen los protagonistas, vale más explorar la vida y experiencias previas de Nelly que ve en el irreal ideal romántico la forma de anular los posibles múltiples traumas a los que se atuvo en el horror de Auschwitz; o las circunstancias externas y personales que motivaron a Johnny a traicionar a Nelly, o quizás meditar sobre la deteriorada psique de Lene, quien en la película decide suicidarse.

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¿Y qué hay de la Berlín de la posguerra? ¿De su gente? Muchos elementos espaciales y humanos existen como mero escenario para que suceda esta historia de reconocimiento personal, hasta el bar que detona el reencuentro entre Nelly y Johnny lleva un nombre ridículamente obvio, lejos de la ironía o lo trágico y más cercano a lo aspiracional. Al final, la película termina en una nota predecible pero sensata, Nelly admite la verdad sobre la traición de Johnny y destapa su identidad con su canto, provocando gran culpa en él, al concluir sale del cuadro en silencio y tranquila, ha renacido, se ha convertido en el fénix que  anunciaba el título de la película y esta también termina, sin pena ni gloria, lejana a la  sensibilidad y la valentía con la que muchos otros cineastas plantearon temas similares, en contextos parecidos.

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