Sobre el duelo y el egoísmo
Por Daniel Hernández
Una persona se puede enfrentar a múltiples pérdidas a lo largo de su vida: la ruptura de una relación amorosa, el perder a un amigo por diferencias que van más allá de toda posible reconciliación, una enfermedad que tarde o temprano nos arrebatará a un familiar, pero la muerte de un hijo es, por mucho, la más devastadora, dolorosa y transformadora que alguien puede experimentar.
Si alguien nos plantea la idea de ver una película sobre una pareja que cría a un cordero como si fuera su hijo, probablemente nuestra primera reacción oscile entre la risa y/o la sorpresa, sin embargo, Valdimar Johannsson apostó por esta idea en su ópera prima y el resultado va más allá de esas primeras impresiones. Acostumbrados a la vida rural en una apartada granja en Islandia, María (Noomi Rapace) e Ingvar (Hilmir Snær Guðnason) asisten a una de sus ovejas en el alumbramiento de un cordero; algo completamente rutinario culmina con el nacimiento de Ada, una tierna y misteriosa cordera que, aunque en un inicio parece un «regalo de la vida» se convierte en una presencia que termina por facilitar el surgimiento del lado más oscuro y egoísta de María e Ingvar.

A medida que la relación de María e Ingvar con Ada se profundiza, las cosas en su pequeña y privada familia se complican cuando Pétur (Björn Hlynur Haraldsson), hermano de Ingvar, llega inesperadamente a la casa a quedarse por unos días. Mientras Pétur es el personaje que nos permite una mirada más objetiva y pensar que todo ha ido demasiado lejos, María e Ingvar indudablemente nos hacen preguntarnos, ¿cómo juzgarlos?, ¿cómo diablos manejar un dolor tan inmenso de otra forma?
Lamb postula que la especie humana está programada para evitar el dolor tanto como le sea posible y es precisamente esta fuerte necesidad de protegernos de lo amenazante lo que orilla a María e Ingvar a tomar la decisión de entablar un vínculo con un ser ajeno a ellos y que, sin embargo, nos da la impresión de poder evocar esa inocencia característica de los niños, bellamente planificada en la figura simbólica de un cordero. Pero Lamb, también nos habla de que tomar lo que no es nuestro tiene sus consecuencias y que el duelo, fenómeno tan antiguo como el mismo ser humano y abordado, vivido y expresado de tan diversas formas como culturas hay en el mundo, fue, es y seguirá siendo una de las vivencias más duras por las que, nos guste o no, debemos atravesar cada uno de nosotros.

«Lamb postula que la especie humana está programada para evitar el dolor tanto como le sea posible y es precisamente esta fuerte necesidad de protegernos de lo amenazante lo que orilla a María e Ingvar a tomar la decisión de entablar un vínculo con un ser ajeno a ellos».
Si pudiera describir Lamb con una frase, sería «menos es más». Pocos personajes, pocos diálogos, en una propuesta retadora por su lenguaje audiovisual, ¿se necesita paciencia para poder apreciar y disfrutar Lamb? Sí. ¿Podemos garantizar que nos dará miedo? También, aunque en una forma dolorosamente triste.