Crítica

Crítica: La casa de Paloma Baeza y varios directores

Crítica de «La casa» antología animada de varios directores | La película producida por Nexus Studio es una de las apuestas más ambiciosas del catálogo de Netflix, tanto estilística como temáticamente.

Metáforas del capital

Por Pablo Rodrigo Ordoñez Bautista

Los días adquirían un matiz macabro cuando llegaba la hora de prender la televisón para ver Coraje, el perro cobarde (1996-2002). La caricatura creada por John R. Dilworth era fascinante, en cada capítulo el protagonista lidiaba con gatos homicidas, patos espaciales y peluqueros con características demasiado próximas a la pederastia, en un escenario perversamente inmutable: Ningún Lugar. Estas extrañas cosas, matizadas para la comprensión y la tolerancia de los niños, eran una especie de antesala a un mundo donde si bien no existen fantasmas (¿o sí?), ni manos mutiladas que manejan (¿será?), sí en definitiva un terrible absurdo enmascarado.

Un absurdo similar, acompañado de sátira y un humor ennegrecido constituyen las principales fortalezas de La Casa (The House, 2022), una antología de tres cortos donde distintos personajes, durante temporalidades diferentes, viven, comen, sueñan y hasta mueren bajo la omnipresencia de escaleras, cuartos y sótanos amenazadores. Una casa ajena e inmensa que pareciera jactarse de ser el objeto perfecto del deseo, demasiada para la psique de sus personajes cuya relación enfermiza con ella los asfixia hasta el límite.

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Ayer

Raymond (Matthew Goode) está borracho como su padre antes que él. Es de noche, camina por un bosque mientras se lacera verbalmente, odia su vida, su estatus, a sí mismo. Al detenerse en un árbol para orinar, un brillo le distrae, es una litera que destella y que le atrae hasta obligarlo a caminar embobado como una polilla para sellar su destino y el de su esposa e hijas, Penelope (Claudie Blakley), Mabel (Mia Goth) e Isobel. Este destino viene en forma de trato: el arquitecto Van Schoonbeek (Barnaby Pilling), un antiguo «amigo» de su padre, le ofrece la construcción de una mansión con la única condición de que él y su familia la habiten. Cegados por una emoción infantil, Raymond y Penelope acceden y se introducen dóciles a las fauces de este proyecto en construcción eterna, una casa ajena que les subyuga el espíritu, la libertad y su paternidad al olvidar a Mabel e Isobel, extraviadas a diario en los pasillos inacabados. Los sujetos no tardan mucho en quedar deshumanizados, vueltos parte del amueblado de la casa, inertes y esperando la extinción cuando las llamas de la chimenea provocan un incendio.

Fotograma de la película "La Casa" de Paloma Baeza y varios directores.

El mal triunfa, es un mal que ríe, trivial e infantil encarnado por el arquitecto Von Schoonbeek, quien se pasea libre por sus dominios, extasiado mientras juega con su casa de muñecos. La banalidad de lo material, el trabajo esclavizante, la aniquilación de la identidad mediante ciertos dispositivos del deseo y el fin de la infancia son los temas del primer corto de la antología, dirigida por Emma de Swaef y Marc James Roels. La historia, como las otras dos, se construye mediante la técnica del stop motion en donde el nivel de detalle en los espacios, la ornamentación y la textura de los personajes contribuye a que el relato se vuelva cercano, suprimiendo el hecho de que la fisionomía de los personajes apele a cierta connotación tierna e inofensiva mientras la cámara se planta para construir angustia y confusión en el espectador y en Mabel, la verdadera protagonista de la historia, quien sufre impotente la perdición de sus padres, la aniquilación de su hogar, la hostilidad de la casa y una duda desgarradora: ¿Están todos dormidos excepto ella… o es al revés?

Hoy

La casa sigue siendo la misma carcasa gigante, pero algo ha cambiado. Hay algo familiar, botes de basura e inmundicia se encuentran apostadas junto a un barandal y sobre concreto. El siglo XIX ha quedado atrás, nos encontramos ahora en la contemporaneidad, el mismo año en el que se escribe este texto, quizás. No obstante, el habitante de la casa no busca adquirirla, tampoco es humano, es un ratón humanoide anónimo (Jarvis Cocker) que vive ahí por conveniencia —y porque quizás no tiene otro lugar a donde ir— mientras termina de afinar acabados; su motivación es la venta, por lo que está dispuesto a cualquier ahorro con tal de acrecentar los beneficios y es justo esta decisión lo que le condena. Niki Lindroth von Bahr, directora de este capítulo, enfoca su visión realizadora en los detalles de la casa, que son atractivos, modernos, pensados para atraer a compradores de cierto estatus, a la vez que la manufactura de sus elementos prácticos es deficiente, producto de la ignorancia, la falta de pericia y la precariedad de un contexto económico nada favorable que advierte la inviabilidad del proyecto.

Fotograma de la película "La Casa" de Paloma Baeza y varios directores.

Ese mismo descuido propicia que en las vísceras de la casa se cultive una colonia de piojos y garrapatas, que se multiplican sin parar ante los torpes esfuerzos del roedor por mitigar la plaga. La obra es atroz con su protagonista, está profundamente solo, sin amigos ni amores reales. Su patetismo es notable, su torpeza es bochornosa pero, aún así, como espectador deseas que su proyecto triunfe a pesar de anticipar su fracaso, que llega de la mano de dos entes extraños, mitad mamíferos, mitad insectos, quienes se afanan con persistencia jovial en vivir en la casa contra la voluntad de nuestro chico rata, quien después de múltiples fracasos, un extraordinario baile de chinches y el triunfo de la inmundicia, pierde su voluntad y su inteligencia. Al final, su soledad termina al volverse parte de la plaga y el relato sobre la búsqueda demencial del éxito en el violento hábitat capitalista termina dentro de un túnel putrefacto.

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Mañana

¿De qué sirve el dinero en el fin del mundo? Para lo mismo de siempre, la adquisición de placeres, alimentos y recursos. Tal parece que los sueños capitalistas no terminan con la debacle. O quizás, después de todo, la economía implica participantes interesados en circular bienes y en tiempos de hecatombe persiste la huida en pos de la supervivencia. En el último capítulo de la antología, dirigido por Paloma Baeza, nos encontramos en el fin de los tiempos, una inundación erosiona troncos y casas, postes y cemento. Lo único que persiste es la Casa ahora vuelta una vecindad habitada por gatos. Es Rosa (Susan Wokoma) la que gestiona el inmueble, su sueño es remodelar el edificio, embellecerlo por completo para… ¿habitarlo ella sola? Su misión nubla su juicio, no comprende (o no quiere entender) las circunstancias, en su mente el dinero sigue siendo esencial, a lo mejor no comprende su inutilidad, que las tiendas cerraron y que las importaciones se detuvieron. Su sueño domina su mente a tal punto de volverla insensible a los dos inquilinos que le quedan: Elias (Will Sharpe), un temeroso gato negro y Jen (Helena Bonham Carter), una hippie encantadora, a quienes ve como obstáculos que no le aportan el dinero que necesita, solo alimento y cristales inútiles. No obstante, su visión obtusa encuentra apertura cuando Cosmos (Paul Kaye), el «compañero espiritual» de Jen, irrumpe en el acto para fungir como un inesperado guía para Rosa, pues su rigidez y dureza es en realidad una coraza generada por un doloroso trauma. Esa dureza le lastima, en su privacidad, a espaldas de las amenas dinámicas entre Jen y Elias, desea vincularse con ellos, con una potencia fortísima y dañina. Al final, el relato termina en una catarsis hermosa en contraposición con los anteriores relatos, Rosa cambia para bien, se libera del peso de su sueño y se embarca en la Casa hacia lo desconocido (invirtiendo por completo el rol del inmueble), temerosa y a la vez emocionada y, sobre todo, acompañada.

Fotograma de la película "La Casa" de Paloma Baeza y varios directores.

«En cada imagen hay incomodidad, planos que evolucionan y resuenan temáticamente con otros. Emociones fortísimas en los rostros de felpa acompañadas de un score efectivo y una música diegética interactiva y significativa».

Este compendio de obras es rico por su relevancia, su manufactura y su potencia. Cada corto amalgama perfectamente sus diferentes contextos y potencia el significado de la casa mediante el tono de cada historia, similar en las primeras dos y diametralmente opuesto en el último. En cada imagen hay incomodidad, planos que evolucionan y resuenan temáticamente con otros. Emociones fortísimas en los rostros de felpa acompañadas de un score efectivo y una música diegética interactiva y significativa. Las historias son fantásticas en el uso de la tensión, el miedo, la confusión y la repulsión para, en el caso más burdo, entretener a una audiencia que busca una «buena película extraña». No obstante, al extender la sensibilidad, los relatos adquieren una complejidad bárbara al encapsular cierto zeitgeist, invitando a reflexionar sobre las cosas que queremos, porqué las queremos, deseamos y que dice esto de nosotros mismos y nuestro contexto, tal como tantas obras, series y caricaturas cuyos recursos formales, narrativos y dramáticos se ocupan de pensar sobre una infinidad de temas que se relacionan entre sí.

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