Crítica

Crítica: La Civil de Teodora Mihai

Crítica de «La Civil» de Teodora Mihai | El primer largometraje de ficción de la realizadora rumana presenta a Cielo, una madre que busca desesperadamente pistas sobre el paradero de su hija desaparecida.

La búsqueda de justicia de una madre

Por Axl Flores

La primera escena de La Civil se desarrolla en un contexto entrañable, una joven, enfocada primeramente por un plano medio, maquilla a Cielo (Arcelia Ramírez), su madre, antes de salir de casa; posteriormente la madre se desgastará en una serie de consejos que serán ignorados por la abstraída joven, todo parece suceder como si de un día común se tratara. Sin embargo, ese cariñoso inicio pronto se ve interrumpido por un hecho cuya cotidianidad resulta catastrófica, Cielo es abordada en medio de la carretera por el Puma, un joven que le da una serie de instrucciones para volver a ver a su hija, entre la confusión y el miedo Cielo no dudará en seguirlo, pero no será hasta después de una serie de pasos sin respuesta que se dará cuenta que su hija ha sido «levantada», una expresión que esconde el dolor de miles de víctimas de la desaparición forzada en México.

La película de Teodora Ana Mihai se enfoca en un primer momento en ese sentimiento compartido, el camino de Cielo, filmado primordialmente mediante el uso del plano secuencia, recoge los testimonios de un dolor acallado por los cobros del llamado derecho de piso y la incompetencia del Estado y sus instituciones. Así, la protagonista escucha el llanto de una madre que realiza favores al cártel enemigo a cambio de recibir información del paradero de su hijo desaparecido o incluso acude a una fiscalía en la que la única atención va acompañada de reproches para las víctimas, todas situaciones que encuentran su reflejo más inmediato en una realidad nada extraña para cientos de mexicanos.

Fotograma de la película «La Civil» de Teodora Mihai.

Es en esa representación donde surgen los principales problemas de la película, por ejemplo, para las escenas descritas las decisiones formales no parecen remarcar nada más que la similitud con la «realidad» que representa, sin embargo, para su segunda parte la película decide dejar en un segundo plano esa fidelidad para optar por una construcción dramática que prioriza la identificación de símbolos dentro de una historia que en el menor de los casos se puede catalogar como fantasiosa. Cielo decide buscar por su propia cuenta pistas del paradero de su hija en un viaje que remite más a un thriller que a la asimilación del dolor que dio vida a las primeras secuencias.

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En ese sentido, la cuestión de los símbolos no es un aspecto menor porque la averiguación de Cielo parece referir a la de Miriam Rodríguez, activista pionera en la búsqueda de desaparecidos, pero más que interesarse en su historia la película transforma sus pasos en pos de una justicia que encuentra en un militar a su mayor aliado cuando la figura del comandante Larmarque, a través de interrogatorios y balaceras, destruya poco a poco la organización del cartel. En la mirada que propone Mihai el ejército es el único que puede poner orden en una tierra sin ley, si se compara el desarrollo de cada uno de los personajes secundarios de la película encontramos que solo el comandante Lamarque es el que goza de una profundidad, es él el único que puede tener toques «bondad» y complejidad en comparación con los demás servidores públicos o incluso con los victimarios quienes son retratados como sujetos ajenos a toda humanidad —hasta el esposo de Cielo interpretado por Álvaro Guerrero parece un chiste mal contado sobre el arquetipo tradicional del hombre mexicano—.

Fotograma de la película «La Civil» de Teodora Mihai.

«Para su segunda parte la película decide optar por una construcción dramática que prioriza la identificación de símbolos dentro de una historia que en el menor de los casos se puede catalogar como fantasiosa».

Es por esas decisiones que resulta difícil entender a La Civil dentro del panorama del cine mexicano e incluso de la misma realidad del país, porque se desentiende de toda una serie de trabajos que han retratado la violencia imperante del país más allá de un confrontación entre buenos y malos —desde los 200 pesos por matar a una persona declarados en La libertad del diablo hasta el niño raptado y convertido en sicario de Sin señas particulares— e incluso cae en la idealización de una milicia que durante años ha demostrado tener los mismos vicios que los de aquellos que procura perseguir, resulta especialmente importante que en una película sobre la desaparición no se discuta la facilidad con la que militares golpean a dos mujeres más allá de presentarse como una imagen cruda. Ante La civil uno tiene la sensación de que el entramado formal y narrativo priorizó lo conmovedor antes que lo complejo, de darle un paliativo a una herida de gran profundidad.

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