Por Gerardo Senna
Recientemente ha corrido el rumor de que Ezra Miller, el último actor en darle vida a Flash en la pantalla grande, quedará fuera de las futuras entregas en donde aparezca el personaje del universo de D.C. Si bien debo confesar que no soy fanático ni partidario del popular cine de superhéroes, sí llama mi atención lo mucho que aún convoca y mueve a pesar de que ha transcurrido poco más de una década con una treintena de cintas en las que el «profundo» y cansino argumento de la dualidad del bien contra el mal se presenta una y otra vez.
Hace algún tiempo vi una cinta llamada The Death and Life of John F. Donovan (2018) de Xavier Dolan. De primera instancia la película me pareció sosa e irrelevante, pues su argumento central va de un actor que está en sus últimos años como veinteañero y es protagonista de un programa de televisión en donde interpreta a un joven de 18 años que tiene algún tipo de poder psíquico y fantástico. Por azares del destino, el endiosado histrión de la serie mantiene una comunicación epistolar con un fiel seguidor preadolescente que se encuentra impresionado por la popularidad de la estrella de su show favorito.
Este largometraje viene un poco a cuento por el errático comportamiento de Ezra Miller y de otras luminarias de Hollywood que han alcanzado fama y popularidad en el cine de superhéroes, pero que también se han visto expuestos a una presión mediática inimaginable. Improvisadamente podemos recordar a Amber Heard y hace algunos años atrás al talentoso y camaleónico Heath Ledger, quien falleció por una sobredosis accidental de medicamentos para combatir la depresión y el insomnio después de haber interpretado al némesis de Batman: el Joker.

La película de Xavier Dolan está protagonizada por Kit Harington y tiene semejanzas inmediatas con el difunto actor australiano, principalmente por la incapacidad del personaje principal para manejar su propia fama. En ese sentido, las revelaciones y señalamientos del director canadiense me parecen acusadoras a gritos, dejando en evidencia que al igual que el ficticio John F. Donovan, estos actores son usados como una especie de muñecas desechables y una vez que caen en desgracia son olvidados por el público, los cineastas y las casas productoras, relegándolos a un ostracismo tan profundo como lo fue su apabullante notoriedad.
Es como si los protagonistas del cine de superhéroes de hoy fueran los niños actores del pasado, sus contratos parecen interminables y están destinados a rodar tantas películas como su juventud se los permita; no sin antes exprimirlos lo suficiente entre películas originales, secuelas y precuelas. Por ejemplo, en cuántos años más en el futuro volveremos a ver a Tom Holland como el hombre araña, seguro regresando a enfundarse en el traje del arácnido por la nostalgia que invada a los fanáticos que demanden verlo en algún otro multiverso o algo similar.

«El antepenúltimo trabajo del oriundo de Montreal tiene varios ángulos desde donde puede ser explorado. La fragilidad del superhéroe queda a la vista del público».
Cómo olvidar el sermoneo de Alejandro González Iñárritu en Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman or the Unexpected Virtue of Ignorance, 2014) con relación a este tipo de largometrajes. Indeleble en nuestra mente yace la secuencia en la que Michael Keaton caracterizado de Birdman nos reprende enérgicamente diciendo: «De eso estoy hablando ¡Huesos rompiéndose! ¡Grande, fuerte, rápido! Mira a esta gente, a sus ojos… están chispeantes. Les encanta esta mierda. Aman la sangre. Les encanta la acción. No esta charlatanería, deprimente y filosófica mierda».
Pero continuando con el largometraje de Dolan, hay situaciones que me parecen desaprovechadas, mal llevadas o no del todo exploradas en la trama. Por ejemplo, existe un instante en el que la comunicación entre John F. Donovan y su joven seguidor llega a oídos de la prensa. La reacción escandalosa se queda ahí, pero pudiéndole dar una connotación escabrosa o malintencionada, Dolan pasa de largo y la deja flotando a imaginación del espectador con la finalidad de no caer en el recurso morboso y barato de «¿Qué hace un joven casi treintañero hablando con un menor de edad a través de correspondencia?».
Aunque si volteamos a ver en el mundo real, veremos que estas actitudes se repiten entre decenas y cientos de veces. Muchas celebridades cegadas por su fama creen que son semidioses incapaces de ser tocados. Sea como sea, el antepenúltimo trabajo del oriundo de Montreal tiene varios ángulos desde donde puede ser explorado. La fragilidad del superhéroe queda a la vista del público.