Crítica

Crítica: La Portuguesa de Rita Azevedo Gomes

La imposibilidad de lo íntimo

por Axl Flores

Uno de los grandes secretos del cine europeo contemporáneo quizá sea la filmografía de la portuguesa Rita Azevedo, a quien el festival Black Canvas dedicó una retrospectiva en su tercera edición el año pasado. En sus ocho largometrajes Azevedo transita fácilmente de lo experimental -en filmes como El sonido de la tierra al temblar y Altar– a lo documental -en La 15° Piedra-, e incluso al rescate de textos olvidados, ya sea de forma literal al retomar la correspondencia entre Sophia de Mello Andresen y Jorge de Sena en Correspondencias, o al adaptar escritos de Jules Barbey d’Aurevilly en La venganza de una mujer. En su cine se apela a la tradición y a la vanguardia por igual.

Es precisamente esa condición la que sobresale a primera vista en La Portuguesa, también producto de la adaptación de un texto homónimo de Robert Musil, pues posee una belleza estética semejante a la de Manoel de Oliveira y también recuerda, en cierta medida, a India Song de Marguerite Duras, tanto de una forma temática, al contar el relato de una mujer de la nobleza que espera a su esposo en un país que no es el propio; como en la forma en la que la cámara mira las vicisitudes de su protagonista.

Sin embargo, conforme se avanza en la duración, el film de Azevedo está lejos de funcionar como un homenaje o consecuencia de, y resulta hasta ocioso tratar de vincularlo con formas anteriores de ver el cine (que pueden ir desde las mencionadas hasta Rohmer, Rivette y Straub-Huillet) porque cada plano de La portuguesa da muestra de una visión muy singular sobre la realización cinematográfica y su vínculo con la realidad, un mundo en el que lo bello también esconde algo profundamente triste como desolador, tal vez solo igualable a lo logrado anteriormente en La venganza de una mujer.

La película cuenta la historia de una doncella portuguesa -interpretada por una joven Clara Riedensten- quien acaba de casarse con el Lord Von Ketten. En su luna de miel, aún después de dar a luz, la mujer es abandonada por su marido, quien decide ir a pelear una guerra contra el obispo de Trento, un enemigo heredado de familia. De esta forma, la portuguesa -como es llamada a lo largo del film- se ve obligada a recluirse en el castillo Von Ketten durante 7 años, en los que se dedica a esperar el regreso de su amado y a practicar sus dones en la música y la danza.

La portuguesa es un film sobre la espera y la dificultad de los vínculos afectivos, la puesta en escena de Azevedo que aquí burla completamente esa categoría teatral que tanto se le asigna para remitir a una forma más pictórica -el balance entre luz y sombra de la fotografía del gran Acacio de Almeida logra que cada cuadro dé la impresión de ser una pintura renacentista-, pocas veces muestra algún contacto entre los personajes, aún en los supuestos momentos de intimidad de la Portuguesa con su marido no hay un roce de manos, un abrazo y qué bellos son los roces y abrazos en las películas de Rita, pero aquí solo queda la mediación de la palabra, la guerra aunque no aparezca en primer plano ha borrado cualquier tipo de intimidad.

A eso se refería Jullien cuando en Lo íntimo, lejos del ruidoso amor analiza un encuentro entre Héctor y Andrómaca en La Ilíada para afirmar que en Grecia no existió la intimidad, la guerra es un impedimento para que un tú se convierta en un yo, el guerrero existe siempre para él, Héctor y Von Ketten viven para engrandecer el legado familiar, por eso la Portuguesa vive la misma condena que Andrómaca.

«Más que una película de época La portuguesa es un film sobre la imposibilidad del amor, del regreso a casa…»

No obstante, hay varios momentos en los que ese registro cambia completamente, por ejemplo, cuando la protagonista está en contacto con la naturaleza, situación por la que después será llamada bruja; y con la llegada de Pedro Lobato, un primo proveniente desde Portugal. Con él la Portuguesa logra trascender a lo íntimo, lo que crea una suerte de triángulo amoroso que se resuelve al final del film con el retiro de Lobato y la enfermedad de Von Ketten.

Esta enfermedad es consecuencia de la firma de los tratados de paz, los tiempos de paz son aquí presentados como tiempos de corrupción, sin la guerra Von Ketten no es más el mismo y de esto se da cuenta la Portuguesa quien se ve imposibilitada a sentir algo por él: “los ojos ya no son los suyos, eran tan azules como el mar y ahora son como el mar, pero no azules”.  

Más que una película de época La portuguesa es un film sobre la imposibilidad del amor, del regreso a casa y es en ese sentido que Azevedo parece trazar un camino con el presente, mediante el papel que interpreta la actriz Ingrid Caven quien aparece cantando y narrando escenas del film, una disonancia que corta la importancia de la recreación de época para engrandecer los alcances poéticos. Un film en el que la tragedia borra la posibilidad de lo íntimo.         

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