Crítica

Crítica: Los hijos de Isadora de Damien Manivel

La sublimación del dolor a través del trasiego del cuerpo

por Paulina Vázquez

Siento el calor del sol.

Siento la tibieza de mi propio cuerpo.

Miro mis piernas desnudas,

mis senos suaves y mis brazos

que flotan con dulces ondulaciones,

y me doy cuenta de que,

 desde la muerte de mis hijos,

este pecho encierra un dolor inagotable;

de que la tristeza ha marcado para siempre estas manos

y de que, cuando estoy sola, estos ojos

casi nunca están secos.

-Isadora Duncan

La danza es una disciplina que involucra la casa más íntima del ser humano. Encuentra su existencia en el movimiento tisular que le da consistencia y forma al cuerpo, cuya potencialidad expresiva alcanza su cúspide en el ejercicio honesto de una coreografía ejecutada y presenciada atentamente.

El dolor, por su parte, es un fenómeno para el cual se han inventado un sin número de adjetivos que, desafortunadamente nunca alcanzarán a definir completamente esa manifestación tan inefable. El dolor es una experiencia que invade cada célula del alma y aunque su duración es distinta de organismo en organismo, tiene la capacidad de evacuar y despojar del cuerpo una cantidad considerable de su compuesto fundamental. Desata la fluvialidad salada a veces muda y en ocasiones tormentosa del llanto. Debilita emocional y físicamente hasta situar en un estancamiento indefinido a quien lo padece.

Dirigida por Damien Manivel, (ganador del premio por la mejor dirección del Festival de Cine de Locarno 2019 por este filme), Los hijos de Isadora (Les enfants d’Isadora, Francia, 2019), es una pieza fílmica muy bien lograda que se aproxima tanto al origen de la técnica de la bailarina y coreógrafa estadounidense Isadora Duncan, como a la esencia de 4 mujeres que se apropian de la gestualidad de los que alguna vez fueron sus movimientos.

Narrada desde una perspectiva que estima y considera la singularidad de cada personaje, esta película dividida en tres partes nos muestra el desarrollo paulatino y singular que cada mujer vive al procesar la impactante coreografía que Duncan creó, a partir de la necesidad de comprender su devastadora pérdida.

La cualidad que destaca de Los hijos de Isadora es su sobriedad brillante y limpia. Los silencios que lejos de sentirse incómodos se convierten en un consuelo que cobija al espectador, resaltan límpidamente los estados de introspección profunda y auténtica que tienen estas mujeres al comprender la magnitud simbólica que hay detrás de cada uno de los movimientos corporales que retoman de la coreografía Madre, casi un siglo después de su creación.

«Este filme… bien podría ser la palabra -o adjetivo calificativo- que no existe para describir a quienes han perdido un hijo».

Es así como la leyenda virtuosa y también madre de la danza contemporánea revive en sus ejecutantes, Isadora Duncan se conecta con ellas a través de sus sensibles y dolorosas letras, memorias y señales cinéticas; se hace vigente y ensalza su talento irrefrenable ante los ojos del público que observa inmutado. Este filme tan fehaciente de lo desgarrador que puede ser el amor y la ternura después de la muerte, bien podría ser la palabra -o adjetivo calificativo- que no existe para describir a quienes han perdido un hijo.

Somos testigos, entonces, de la compresión intrínseca que el director tiene sobre el poder sanador del movimiento del cuerpo. Sólo aquellos que han sido ejecutantes de la danza pueden encarnar y encarar con franqueza lo que significa representar narrativas con el cuerpo entero y sólo los que comprenden a través de la visualidad, aciertan en la manera adecuada de brindar las imágenes exactas para transmitir una idea o situación concreta, que, en este caso, es la de sublimar el dolor a través de la contemplación del espectador al ver la alteración y el trasiego de un cuerpo. 

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