La soledad de un androide
por Axl Flores
Encontrar el mínimo rasgo de humanidad en el lugar más inesperado. Esa ha sido una de las metas más visibles en películas de ciencia ficción como Blade Runner (1982), adaptación cinematográfica de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick dirigida por Ridley Scott, en ella Rick Deckard es un policía que cumple sin chistar con sus encargos de perseguir replicantes —androides creados por la empresa Tyrell quien los vende con un lema muy revelador :“más humanos que los humanos”—, hasta que se ve en la misión de perseguir a un grupo de replicantes rebeldes que lo hacen cambiar su forma de ver las cosas. Antes que cualquier sentimiento o emoción, la película postula que la rebelión es el rasgo más característico del comportamiento humano, después de dudar comienza el sentir, comienza un mundo nuevo.
De la película de Scott hay decenas de antecesoras y sucesoras que exploran la personalidad de los androides brindándoles rasgos de humanidad, ya sea como algo esperanzador y conmovedor en Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) o como algo siniestro en Ex-Máquina (Alex Garland, 2014), pero aún en su versión más rara cada una de estas películas conjetura que el contacto tiende a humanizar, con todo lo complejo que resulta el término. El encuentro entre humano y androide no es sólo unidireccional, lo artificial deviene una otredad que tiende a lo incomprensible o en su caso a un problema filosófico.
Lo anterior sirve para remarcar la originalidad de una película como El problema con haber nacido (The trouble with being born, 2020) de Sandra Wollner, en donde el contacto humano-androide no se orienta en la tendencia relatada, sino que este puede dar paso a la realización de actos terribles, en donde lo artificial es simplemente una ruptura con lo ético. Eli, una niña androide, vive en una casa a las afueras de un bosque con un sujeto a quien llama padre, con él pasa la mayoría de su tiempo en las orillas de una alberca, constantemente recuerda la figura de su madre, pero esta nunca aparece.

A través de encuadres sumamente fríos —siete minutos tarda el filme para mostrar un plano que haga definible el rostro de la niña, interpretada por una joven Jana McKinnon— Wollner retrata una relación de dominación pura, Eli solo recibe órdenes, acepta como propios cualquier recuerdo que le dicte el padre y pronto se sabrá que ella es solo la personificación de un fantasma del pasado: el de una hija perdida. La directora no para en ningún momento en la evidente pedofilia del supuesto padre, aunque esta sea la causa de la huida de la hija real y también, debido a su recuerdo programado, el de Eli.
En cierto sentido, El problema con haber nacido es una película sobre fantasmas, no hay en ella una reflexión sobre los alcances de la tecnología —de hecho su implementación es algo básica—, sino que todos los personajes eligen vivir en el pasado, Eli debe desempeñar eso que les fue negado anteriormente. En la segunda parte de la película esto es aún más evidente, cuando una anciana la usa para suplir a su hermano muerto en la infancia, ésta también busca implantar memorias en el androide e incluso cambiarle el nombre a Emil, causando una confusión en su interior al mezclar recuerdos de ambas vidas.

«La tragedia es producto de las proyecciones humanas en el androide: un recuerdo que abandona, un recuerdo que mata».
Más que una otredad, lo artificial supone un espejo en el que se enfrentan todos los traumas humanos, toda la acción dramática del film procede de lo psicológico porque cada recuerdo de Eli/Emil es un problema no atendido, la tragedia es producto de las proyecciones humanas en el androide: un recuerdo que abandona, un recuerdo que mata.
Si bien no hay ningún momento en el que se cite el ensayo de Cioran del que la película lleva el nombre —traducido al español más comúnmente como El inconveniente de haber nacido—, el nihilismo del rumano se manifiesta en gran medida, al mostrar que aún con la ayuda de lo artificial, de lo tecnológico, todo humano está destinado a estar completamente solo, con sus recuerdos, arrepentimientos y enfermedades. Eli no es más que un espejismo, está condenada a ser lo que otros quieren que sea.