Crítica

Crítica: End of summer de Jóhann Jóhannsson

La mirada de un compositor o sentir el paisaje a través de una bitácora sonora

por Paulina Vázquez

“La primera condición del paisaje es su capacidad

de decir casi todo sin una sola palabra”.

-Konrad Lorenz.

Ningún citadino se atreverá a negarlo, habitar la metrópoli es la idea más alejada posible de llevar una vida libre de exabruptos. Aún en este enclaustro casi perpetuo en el que en un principio la mayoría se encontraba, la estruendosa neblina sonora que producen 128 millones de personas ─menos mal nadie sabe bien el número exacto─, aglomeradas en 1.485 km² permanece perenne ─tómese en consideración que este texto se escribe en uno de tantos recovecos de la Ciudad de México─. El silencio es lo único que ni la ciudad ni cualquier otro lugar podrán evitar nunca. La vida suena: aunque no use su voz, respira. Aunque no aúlle o gima, late. Sin embargo, a pesar de parecer increíble, en este planeta hay un lugar vivo tan inhóspito y álgido que en ocasiones casi logra un mutismo perfecto.

Si bien mirar el paisaje ha sido menester de miles de creadores a lo largo de la historia, registrar un paisaje tan ajeno como el que se vive en la Antártida a través de lo audiovisual ha arrojado resultados tan memorables como Encounters at the End of the World (Estados Unidos, 2007). Aquellas impresionantes tomas subacuáticas acompañadas de las composiciones de Henry Kaiser y un pequeño pingüino avanzando aceleradamente hacia una muerte segura, han vuelto a esta película y a la filmografía de Werner Herzog en un referente obligado a la hora de pensar en el ejercicio documental en condiciones extremas para el ser humano.

Quizá por eso mismo resulta tan formidable contemplar cómo aborda el paisaje de la península Antártica el compositor islandés Jóhann Jóhannsson (1969-2018) en End Of Summer (Dinamarca-Islandia, 2014), donde se encargó de registrar desde su mirada y oído, cómo se siente estar en uno de los extremos más lejanos del mundo. Gracias a su metraje filmado en súper 8 en blanco y negro nos remontamos casi inmediatamente al tiempo de las primeras veces; cuando el mundo era registrado en su crudeza por pioneros documentalistas, viajeros y exploradores.

Esta bitácora audiovisual traducida al lenguaje del cortometraje documental, narra la progresión introspectiva del viaje del creador al polo sur. En ella describe un paisaje que poco tiene que ver con el perpetuo invierno que nos imaginamos o nos han dicho que resguarda esa tierra de nadie, ya que casi podemos sentir la tibieza de la luz del sol tocando la piel de las focas. Las montañas están desnudas, desprovistas de nieve, las enérgicas olas coronadas de espuma invitan a nadar a sus peculiares y ovíparos bañistas. ¿En dónde está el hielo? Sabemos la respuesta, pero no la respondemos. Un pingüino deambula sin prisa cruzando el horizonte de la imagen. Una comunidad abundante y estruendosa que desmiente la promesa del silencio absoluto.

«Jóhann Jóhannsson escuchó por fin a qué sonaba el silencio, el canto mudo de los témpanos».

Según el escritor chino Liu Yutang, “La mitad de la belleza depende del paisaje, y la otra mitad de la persona que lo mira”. Bajo esta premisa aquellas(os) que se identifican con ese panorama gélido podrán atribuirse parte del mérito. El reflejo de nosotros que encontramos dentro del filme duele particularmente cuando súbitamente se nos adentra en una atmósfera tenebrosa y desoladora, que termina fijando la mirada en un menguado punto lejano que apenas resplandece. Un minúsculo grano de arena que se desmorona en el horizonte.

Se ha terminado el verano y con su muerte, murmura quedo el viento.  Gigantes imprescindibles, permanecen discretamente en la oscuridad líquida cuya intimidad dotada de sombras guarda quien sabe cuantos secretos. Jóhann Jóhannsson escuchó por fin a qué sonaba el silencio, el canto mudo de los témpanos.

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