Crítica

Crítica: Caterina de Dan Sallitt

Una ventana hacia la alteridad y la rémora para formar vínculos genuinos

por Paulina Vázquez

Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene

 una historia y nosotros somos las historias que vivimos.

-Eduardo Galeano.

Es probable que en ocasiones resulte reconfortante mirar un pedazo de historia ajena que si bien no tiene una narrativa que busque soluciones ni resoluciones de conflictos, es genuina y directa. Este cortometraje dirigido por Dan Sallitt, director, crítico y guionista estadounidense resplandece y destaca gracias a su sencillez y franca modestia.

Cuán agradable resulta contemplar la actuación, gestualidad y voz de Agustina Muñoz, quien representa a una mujer joven latinoamericana que vive en la perpetuamente fría y desapegada Nueva York. Esta ventana hacia su mundo permite apreciar el contraste epistemológico que tienen los estadounidenses e incluso propios latinos que viven allá, con Caterina, la cual se ve confrontada a una realidad violenta que incide en su día a día y pone a prueba la fortaleza de su espíritu.

Es interesante comprender cómo esta sucesión progresiva de interacciones circunstanciales procuran pero no terminan de gestar un vínculo auténtico entre Caterina y el resto de personajes con quienes interactúa; ya que estos desnudan el carácter deshumanizado y apático que adopta una sociedad líquida y moderna ante su contexto. Tomemos por ejemplo de lo anterior, aquel momento en que el sujeto con el que Caterina toma un café -el cual inferimos es su pareja actual o pretendiente principal- exige una exclusividad tergiversada que evidencia la desvinculación afectiva y la asociación enfermiza de equiparar una relación íntima con un intercambio comercial, que ve al otro como objeto y le convierte en propiedad privada.

Por otro lado, en escenas previas nos percatamos de otras interacciones que tampoco germinan. Incluso desde el experimentar su sexualidad el vínculo se establece superficialmente y es descrito contundentemente solo permitiéndonos observar lo necesario: un sujeto masculino entra a su departamento con Caterina, este opera pragmática e indiferentemente, prioriza el contenido de una carta que muy seguramente sabe irrelevante, para pasar directamente a satisfacer su líbido. El paso lo marca él, la pasión se vuelve agresiva, le desgarra la blusa, la maneja y se pone sobre ella y lo que tiene que suceder sucede. Posteriormente vemos al sujeto frente a su computadora, Caterina comenta sobre una pintura, tiende el puente hacia una conversación sensible, el sujeto no se inmuta y niega secamente; se muestra indiferente ante su presencia y expresa tedio, lo interrumpe. Ha obtenido la satisfacción que necesitaba, todo lo demás es irrelevante.

«El filme culmina presentándonos una vez más una situación de convivencia que a diferencia de las otras, manifiesta una reciprocidad armoniosa entre las que interactúan».

Al seguir su camino, Caterina continúa encontrándose con esta latente indiferencia hasta que revienta. Empezando por el gran contraste inherente de entenderse como una mujer latinoamericana cercana a la filosofía y pensamiento de escritoras de la talla de Rita Segato, Telma luzzani y Raúl Zibechi y el platicar con su bienintencionada compañera que a pesar del contacto físico, expresiones de afecto y moderada empatía que se percibe entre ambas, la relación no termina de sentirse redonda. Existe aquí otro vínculo que no alcanza a afianzarse, de nuevo nos encontramos con la alteridad.

Finalmente tras un desencuentro incómodo con un digno representante del hombre blanco, agresivo y heteronormado, el cúmulo de estas experiencias en conjunto detonan su llanto. Entra precipitadamente en el departamento, hay alguien, no se saludan. Quien le consuela es un pequeño bulldog francés, la empatía surge donde el ego no está presente. El filme culmina presentándonos una vez más una situación de convivencia que a diferencia de las otras, manifiesta una reciprocidad armoniosa entre las que interactúan; la posible conexión gestada desde la empatía y el interés honesto por la vida de otro ser humano. La calidez tarde o temprano encuentra a sus homólogos. Y bastaron solamente 17 minutos para percibir un mosaico complejo de interacciones cotidianas que finalmente nos reflejan y despiertan las ganas de saber más de su protagonista, que sin saberlo ya ha consolidado un vínculo genuino con el espectador.

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