Una vaga ilustración de lo siniestro
Por Axl Flores
Tal vez decirlo parezca una obviedad, pero es importante resaltar que apenas en los planos iniciales de Nimic (2020) conviven todos los rasgos que Yorgos Lanthimos ha apropiado como su estilo. Los primeros planos de los perfiles de Matt Dillon y Susan Elle mientras extradiegéticamente suenan fragmentos de la Simple Symphony de Britten, junto al uso de lentes gran angular para filmar acciones y desplazamientos son la muestra de una estética que para retratar «lo absurdo» ha creado, paradójicamente, todo un estructurado sistema.
La historia que presenta la película podría reducirse casi a una anécdota: un hombre se despierta por la mañana y prepara el desayuno que comerá junto a su familia, para después encaminarse a su trabajo como chelista en una orquesta. Hasta ese momento nada raro ha sucedido, pero como en otras producciones de este director griego lo siniestro vive en lo que aparenta ser más normal, una idea que lejos de profundizarse con los años, tiende a la superficialidad de un encuentro en tren en el que una persona suplanta a otra ad infinitum.

El minimalismo de una película como La Langosta (2015), e incluso de El sacrificio del ciervo sagrado (2017) funcionaba porque aún en su aparente vacía pulcritud hay algo que se subvierte en el fondo, ya sea el amor romántico devenido en distopía o esa tragedia acoplada a los tiempos actuales; pero en Nimic no va más allá de ilustrar lo narrativo. Este cortometraje se presenta como la dramatización de una idea, antes que la confrontación de una y es que el discurso sobre la identidad y la simulación implícita en los vínculos afectivos o roles sociales es planteada por el director como un simple juego de carácteres.
Esa premisa no es relativamente nueva dentro de la filmografía de Lanthimos, pues en La Favorita (2018), su último largometraje antes de Nimic, se entendía a la confrontación en su acepción más dramática, dependiendo en gran medida de las interpretaciones de sus tres actrices principales, quienes, a través de favores y adulaciones, creaban una suerte de guerra por la dominación de la otra.

«En Nimic no reluce aquel cineasta de films como Canino o Alps: Los suplantadores…»
En ese sentido, Lanthimos me parece, más que un maestro de la forma —que es extravagante, pero repetitiva—, uno de la puesta en escena, porque más que crear un símbolo o una metáfora toda su cinematografía se dedica a la creación de atmósferas. Por ejemplo, en una escena de Nimic se conjuntan todos los personajes en una sola habitación para ver si el supuesto padre aún se siente atraído por la madre, todo sucede en ese tono tan especial de Lanthimos en el que cualquier acto está en la frontera entre lo excéntrico o lo ridículo, sin llegar a atisbar una razón del por qué.
Si bien la claridad no es algo necesario en una ficción y de hecho es más interesante cuando una película se niega a ella, en Nimic no reluce aquel cineasta de films como Canino (2009) o Alps: Los suplantadores (2011), sino uno que usa a la mise en scène, adaptada como sello autoral, para suplir la profundidad que olvidó en sus realizaciones pasadas. No hay ningún riesgo en Nimic.