Crítica

Crítica: Estanislao de Alejandro Guzmán Álvarez

Crítica de la película «Estanislao» de Alejandro Guzmán Álvarez.

El monstruo bajo la cama

Por Pablo Rodrigo Ordoñez Bautista

Todos estamos afectados por un trauma, sin importar el tamaño o la gravedad de la circunstancia, este nos marca y nos manipula en los eventos que nos son más importantes, nos boicotea, nos pica los nervios y envenena el abrevadero que nos alimenta. Esa parece ser la tesis de Estanislao, segundo largometraje de Alejandro  Guzmán, película de horror social en la que un engendro con  cabeza de ave, que habita la mazmorra de una fábrica de textiles, provoca el  terror de Mateo (Raúl Briones), un hombre extraviado, de facciones angustiadas y una  peculiar nariz aguileña —un aspecto clave para entender la simbología en torno al engendro— que  regresa desesperado bajo el cobijo de lo que resta de su familia, solo para enfrentarse  con el abismo de una realidad incómoda y traumática.

El seno familiar de Mateo está fragmentado, extraviado en un laberinto gestado desde hace mucho tiempo. Solo el padre (José Concepción Macías) sobrevive, la madre, quien falleció recientemente, persiste bajo una memoria alterada y es presa de Estanislao, un monstruo que tiene cabeza de ave y carga un costal de recuerdos: fotos, un orbe funerario, una máscara; elementos rituales que ayudan a materializar la complejidad de los eventos, las manías y obsesiones que conforman a la familia mexicana.

Alejandro Guzmán tiene la sensibilidad suficiente para evitar el cliché, en vez de la cualidad desaforada del melodrama, apuesta por una construcción metafórica para narrar los oscuros mecanismos de la familia. Hay dos aspectos que se contrastan en Estanislao, la actividad diurna de Mateo y sus peripecias por encontrar trabajo, sus viajes interminables por la ciudad de México, los cigarros en un puente y su incapacidad por aceptar la ruptura con su mujer son la contracara de la pesadilla noctámbula que acontece dentro del cadáver de textiles. El diseño de producción ejecutado por Daniela Schneider y Mary Ann Smith es vital en la creación de la pesadilla nocturna: la fábrica de textiles es hostil, espaciosa y derruida. Resalta el abandono, la acumulación de cachivaches y un grupo de gallinas que sirven como compañía para Orlando, el padre de Mateo, quien sufre su propio calvario, que consiste en la soledad, la adoración metódica a Estanislao y un tristísimo abandono en el alcohol.

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Esta construcción espacial es retratada con maestría y lucidez por Alfredo Altamirano, cuya cinefotografía prepondera la amplitud de los espacios —explotando de esta manera las cualidades de la fábrica de textiles— y encierra al protagonista entre el cúmulo de elementos que componen el lugar, desde una propuesta en blanco y negro de contraste elevado que maximiza las sombras, la opresión, el misterio y un peligro indecible. Esta atmósfera lúgubre basada en un lenguaje visual estático e incómodo se adereza de forma estupenda con un diseño sonoro claro y agresivo, asimismo, con la musicalización compuesta por Giorgio Giampá, quien gesta piezas angustiantes y atmosféricas, la mayoría escalonadas y ejecutadas mediante cuerdas y percusiones metálicas que remiten a los diversos sonidos que componen la sonoridad natural de la ciudad, para lograr un miedo genuino, progresivo y de una cualidad sobrenatural.

«El monstruo no es gratuito, su misterio se construye con pausa y mediante sonidos grotescos y perturbadores. El filme acierta en su manufactura oscura y regala momentos e imágenes verdaderamente angustiantes».

Los recursos formales de la película logran potenciar su ambigüedad narrativa; aunque su estructura es clara, los elementos y sucesos que componen el relato son elaboradas analogías que crecen en complejidad y cuya lógica se vuelve impenetrable a ratos. El tema y la narración remite a David Lynch, específicamente a Cabeza borradora (Eraserhead, 1977), pues el poder y la estética también radica en figuras retóricas emotivas de una perversidad tangible y de una carga semiótica que, si bien no se descifra instantáneamente, se descodifica activamente desde el inconsciente gracias a la fuerte carga tradicional que nutre a la sociedad mexicana.

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De esta manera, el filme logra una experiencia estética poderosa que, aunque amerita más de una vista para lograr desentrañar los diversos simbolismos encarnados en el monstruo, no le resta poder a las imágenes y a una historia con un buen uso de sus recursos. El monstruo no es gratuito, su misterio se construye con pausa y mediante sonidos grotescos y perturbadores. El filme acierta en su manufactura oscura y regala momentos e imágenes verdaderamente angustiantes.

Estanislao nos adentra con mesura y de manera paulatina en la psique de Mateo y  deja entrever su precariedad moral, su angustia existencial, su terquedad para  enfrentar un fracaso que persiste en múltiples niveles de su vida y su extremo terror a  Estanislao, una entidad ilógica que puede representar muchas cosas, pero cuya  relación más importante es con los traumas y los sucesos que componen a una  familia; el filme es una meditación sobre las oscuras e intrincadas mecánicas de la  familia mexicana, e incluso, del concepto universal de familia.

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