Crítica

Crítica: La liga de la Justicia de Zack Snyder

Crítica de la película «La liga de la Justicia de Zack Snyder».

Fe y reciclaje

Por Samuel Lagunas

La «nueva» película del Universo Cinematográfico de DC es una hazaña del reciclaje y de la fe. Del reciclaje porque vuelve a poner en circulación —y con cuantiosas ganancias económicas— a un Universo Cinematográfico que, salvo los malestares que han provocado sus problemáticas Harley Quinn —en el Escuadrón Suicida (2016) de David Ayer y Aves de presa (2020) de Cathy Yan— y Mujer Maravilla —en Mujer Maravilla (2017) y Mujer Maravilla 1984 (2020), ambas de Patty Jenkins—, ha dado bien poco de que hablar. Del reciclaje también porque es una cinta diferente hecha con los residuos que la versión de La liga de la justicia (Justice League, 2017) dirigida por Joss Whedon dejó en el camino, mismos que Snyder ha sabido rescatar, reensamblar y maquillar lo suficiente para conseguir un metraje de cuatro horas sin que se noten los remaches.

La liga de la justicia de Zack Snyder (Zack Snyder’s Justice League, 2021) es, de igual manera, un triunfo de la fe —a la usanza de la película de 1933 donde Leni Riefenstahl encomiaba una asamblea nazi— porque hace gala del empeño de un director que luce convencido de la necesidad, la urgencia y el deber de recrear la figura del superhéroe como salvador de una humanidad menesterosa, miserable y sumida en la oscuridad. Un triunfo de la fe, además, porque vuelve a evidenciar el poder de la voluntad del fandom a la hora de la toma de decisiones dentro de la industria. Eso puede gustar, porque ordenar hacer una película es un nuevo escalón en el empoderamiento del espectador; y al mismo tiempo puede parecer chocante al evidenciar cómo para las franquicias como DC, Marvel o Disney el arte ha quedado al servicio del mercado.

En medio de la turba de seguidores que bombardean con hashtags y cartas amenazantes a la empresa productora, en La liga de la justicia Snyder intenta posicionarse como un auténtico «autor» dentro del género de superhéroes, aspiración que distancia el Universo de DC del Universo de Marvel donde, como quedó claro en WandaVision (Jac Schaeffer, 2021), la intención es aniquilar las huellas particulares de cada equipo de dirección y estandarizar toda la producción para que cuadre en un solo tono y una sola forma de mirar: la variedad es solo un espejismo. Snyder, en cambio, parece tener un ego más grande que los hermanos Russo, o que el mismo Whedon, y eso lo lleva a empujar su estilo más allá de las obligaciones narrativas y dramáticas que le impone cada personaje. Pareciera ser, en ese sentido, que Snyder quiere emular las hazañas de Eurípides o Sófocles, quienes consiguieron en la Grecia clásica que un mito perteneciente a la memoria de un pueblo quedara registrado como suyo.

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Esto no es una absoluta novedad en las películas de DC. Recordemos cómo Christopher Nolan construyó en la trilogía El caballero de la noche su propia Ciudad Gótica donde los héroes y los villanos no eran más que seres humanos poseídos por la locura, la rabia, la tristeza y el dinero. No había nada de heroísmo ni de villanía en sus acciones, solo una tragedia moral de egos, traumas y conciencias. Desde la visión de Snyder, la trilogía de El caballero de la noche es un tremendo engaño, una herejía que pretende rectificar en sus propias películas, devolviéndole a los héroes momentos apoteósicos de virtud y sacrificio, independientemente de su carácter —pueden ser graciosos como Flash, huraños como Aquaman, o estar peleados con su papá como Cyborg—. Porque, ¿qué son los héroes sin los milagros? En La liga de la justicia las batallas con el villano Steppenwolf no son espectáculos visuales como en las películas de Marvel, sino que se presentan como exigencias dramáticas que dignifican y consagran a los héroes en su deber de vencer al mal y salvaguardar el bien. No hay patetismo ni melodrama en el combate como en la versión de Whedon o en la saga de Los Vengadores, sino un despliegue de virtudes físicas, tecnológicas y morales. Esa suma es la que los convierte en superhombres. Y es que, mientras que el Batman y el Joker de Nolan inspiraban lástima y compasión, la galería de divinidades de Snyder quiere despertar únicamente reconocimiento y admiración y, con ello, motivar a que las personas comunes queramos ser como ellos.

«Desde la visión de Snyder, la trilogía de El caballero de la noche es un tremendo engaño, una herejía que pretende rectificar en sus propias películas, devolviéndole a los héroes momentos apoteósicos de virtud y sacrificio».

Si hay en esa retórica una trampa perversa, una buena intención o un voluntarismo ingenuo, cada quien podrá decidirlo, pero lo que sí es seguro es que el hecho de que Snyder invista con un manto de trascendencia a los superhéroes, moviliza también lo más tóxico de toda religión. Al final, y eso es lamentable, el Snyder Cut no es más que la constatación de que el entretenimiento ha caído en una disputa fundamentalista de cánones que hay que defender (para ejemplo el hashtag Restore The Snyderverse) y herejías que hay que combatir, la cual parece condicionada por el miedo al cambio y la intolerancia a la sorpresa, a la diferencia y a la desilusión. A Snyder y a sus seguidores habría que recordarles que tener fe es, más que una ciega adulación, aprender a dudar de nuestros dioses.

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