La permanencia del amor
Por El Huitzo
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, a pesar de ser una película que gira en torno a la muerte, no es sobre el inicio ni sobre el final del amor, sino un filme sobre ese espacio que hay en medio y que es algo que puede ser tan breve como un atardecer o tan inmenso como el sol, es sobre ese ente extraño que rara vez se aparece en el cine porque no es tan explosivo como la pasión inicial ni tan dramático como el dolor final: la permanencia del amor.
La premisa es sencilla y abrumadora, Ana y María (interpretadas por Julieta Figueroa y Amparo Noguera, respectivamente), una pareja de toda la vida, deben enfrentarse a un inevitable final cuando una de ellas es diagnosticada con una enfermedad terminal y decide no recibir ningún tipo de tratamiento, prefiriendo pasar sus últimos días en una casa en el bosque junto a la persona que toda su vida la ha acompañado.

Sin embargo, todo va mucho más allá de eso. Esta es una película que se toma su tiempo en ir desenmarañando las distintas complejidades que contiene, es casi como un ejercicio de confianza, no sólo entre sus dos protagonistas, sino entre filme y espectador. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos espera de nosotros un compromiso hacia los aspectos poéticos de su construcción y no hacia los aspectos narrativos, tanto es así que parece que realmente no le interesa llegar a un sitio tanto como establecerse firmemente en espacios aparentemente transitorios que en realidad lo son todo —los silencios, los susurros, las miradas—.
De esta manera, el lenguaje cinematográfico es el que nos ayuda a establecer cierto tipo de relación sensorial con la historia, nos permite observar, escuchar y sentir, la cámara y el sonido parecen funcionar como una extensión de las dos protagonistas, ambos aspectos existen en función a ellas, a la relación entre ambas, los espacios físicos y emocionales en los que se desenvuelven. El fluir audiovisual, comandado por José Luis Torres Leiva (realizador del filme) no tiene prisa por llegar al siguiente plano o a la siguiente escena, no pierde la oportunidad de detenerse y simplemente estar.

«El filme termina por ser una búsqueda constante de momentos de paz, instantes de comprensión mutua en que todo aquello que es amar —memoria, presente, sueño, etc.— nos da una tregua del miedo y nos deja entregarnos».
Ahora, todo esto no quiere decir que el filme carezca de un conflicto, después de todo y como ya se mencionó al principio del texto, justo en el centro de su historia se encuentra alojada la promesa de un desvanecimiento doloroso, y es ahí donde reside la belleza agridulce de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, el hecho de entender y mostrar que, ante todo, amar es resistir, es encarar aquello que persiste cuando el idilio desaparece y quedamos solamente humanos, desordenados, rotos —metafóricamente, pero también de manera literal— y aterrados.
Las naturalezas lejanas en historias ajenas son el sustituto de la pasión y el deseo que aún existe en la pareja protagonista, pero que, tal vez, se asfixian no sólo por la enfermedad, sino por la misma costumbre que ha sustituido al desenfreno después de tantos años de convivencia. El filme termina por ser una búsqueda constante de momentos de paz, instantes de comprensión mutua en que todo aquello que es amar —memoria, presente, sueño— nos da una tregua del miedo y nos deja entregarnos, libres en la fugacidad de la vida y el desamparo de la muerte. Todo empieza, todo termina, todo permanece.