La violencia impersonal de la industria del entretenimiento
Por El Huitzo
Nina Wu (2019) es una película difícil de observar y de categorizar. El quinto largometraje de ficción del realizador taiwanés Midi Z, narra la historia de Nina Wu (interpretada por la brillante Wu Ke-xi, también guionista del filme), y sus esfuerzos para abrirse paso en la industria fílmica, desde su supervivencia diaria a través de streams por internet —donde es una pequeña celebridad—, hasta el proceso de casting y la eventual filmación de una película; todo esto envuelto en situaciones traumáticas que poco a poco van mermando su estabilidad emocional.
Nina Wu es, esencialmente, un retrato sobre la violencia impersonal de la industria del entretenimiento, una industria construida sobre el abuso. Sin embargo, a pesar de ser una historia universal, el retrato es íntimo y subjetivo, pues desde esa dimensión las decisiones de la puesta en escena de Midi Z adquieren importancia. El sello del realizador parece estar por todos lados, pero es una decisión consciente, la película a menudo parece querer tomar la perspectiva de la cámara que observa a la actriz, otras veces la de Nina y muchas otras la de un espectador invisible, que podemos ser el propio público, que cumplimos el doble papel de ser voyeristas y protectores incapaces.

El filme está dividido en dos partes, en su primera mitad Nina Wu juega con el concepto de «película dentro de una película», cuando observamos el desgaste psicológico al que Nina es sometida durante la filmación de su tan deseado primer protagónico. Esta primera mitad es por un lado excesivamente estilizada, mientras que por otro intenta retratar una crudeza que no refleja su tratamiento visual, la cámara parece deslizarse entre la perspectiva subjetiva de Nina y la perspectiva ajena de la cámara de cine con la que es retratada, esto ayuda a crear un contraste en el que lo único que permanece constante es la vulnerable inevitabilidad con la que su protagonista se enfrenta a los abusos a los que es sometida en nombre de la creación artística.
Sin embargo, hacia la segunda mitad el filme parece dar un giro completo hacia sí mismo, hacia una demostración subjetiva —si bien persistentemente impersonal— de la decadencia de Nina a lo largo de un viaje a su pueblo natal en el que, en un aparente redescubrimiento, se va fragmentando más su psique en una búsqueda inútil hacia ella misma. En este punto de la historia, el rodaje ya ha terminado, pero ella no puede escapar, Nina termina por volverse prisionera del trauma y de una culpa innombrable en la que va perdiendo poco a poco cualquier conexión emocional con la realidad.

«La película es dura, a veces incluso llega a sentirse gratuita en su retrato de la violencia, sin embargo, esto es por diseño, porque Wu Ke-xi y Midi Z quieren que observemos, nos hacen partícipes empujándonos a una especie de complicidad».
Es hacia el último acto donde descubrimos la profundidad de la crueldad cometida hacia Nina y otras mujeres anónimas, la complicidad a la que fue empujada, el completo despojo de su humanidad (de manera incluso literal en los momentos más difíciles de observar del filme) que se ve reducida a un número, a un rostro, a un cuerpo, a una herramienta de trabajo (sin poder real sobre sí misma) sometida a los deseos de hombres con el poder para decidir sobre su vida y sus sueños.
Al final, comprendemos que Nina Wu es un drama psicológico solo en su apariencia, que las convenciones de género solo sirven para ilustrar la profundidad del quiebre de Nina y la inmensidad del ultraje que ha sufrido. La película es dura, a veces incluso llega a sentirse gratuita en su retrato de la violencia, sin embargo, esto es por diseño, porque Wu Ke-xi y Midi Z quieren que observemos, nos hacen partícipes empujándonos a una especie de complicidad, nos hacen presenciar hasta que no tengamos manera de evadir lo que, más que ficción, es la realidad, nos confrontan y luego nos dejan solos en el silencio devastador de la impotencia.