Por César Mariano
En algún momento de la primera temporada de Succession (2018-Presente) uno de los personajes recuerda una cita de Bertrand Russell: «La vida no es más que la competencia por ser el criminal en vez de la víctima». La frase es casi lapidaria, pues vaticina el conflicto central que se desarrollará a lo largo de sus dos primeras temporadas. Logan Roy (un titánico Brian Cox), patriarca y dueño del conglomerado internacional de medios y entretenimiento Waystar RoyCo, está a punto de delegarle el mando de la empresa a su hijo Kendall (Jeremy Strong en un registro soberbio que va de lo patético a la frialdad sin miramientos), quien, para ello, está a punto de hacer una adquisición sencilla pero beneficiosa para la compañía que, sin embargo, se complica cuando se muestra incapaz de cerrar el trato. Ante ello, en la celebración de su cumpleaños número 80 y sin previo aviso, Logan Roy decide postergar la sucesión.
Kendall, a pesar de ser el mejor preparado para el puesto, se nos muestra como un ser inmaduro, necio, arrogante, oportunista, pero sobre todo frágil; en el centro de su ambición existe una necesidad inequívoca de validación y cariño. Lo mismo sucede con sus hermanos, Shiv (una multifacética Sarah Snook), la única mujer del clan, trabaja en un principio como asesora política, pero renuncia ante la posibilidad de ser la elegida para suceder a su padre. Roman (Kieran Culkin impertinente y sin filtros) anhela una posición de respeto que nadie está dispuesto a concederle, dada su grave falta de seriedad al ser el más irresponsable, cínico e infantil de los 4 hermanos. Connor (Alan Rick), el mayor de todos, alienado e insulso, no le interesa en realidad el negocio familiar, pese a que vive con total despreocupación de él. El cuadro familiar lo completan el lacrimoso Tom Wambsgans (Matthew Macfadyen en una interpretación por momentos dolorosa en su ridiculez y vulnerabilidad), novio y después esposo de Shiv, quien siempre está tras una complacencia que nunca logra obtener y Gregory Hirsch (Nicholas Braun), el impertinente e involuntariamente cómico primo de los Roy que se involucra casi por accidente en el negocio familiar. A excepción de este último, todos son asquerosamente ricos y, paradoja de por medio, de ahí se desprende su desgracia.

Al final del día, los Roy son un breviario de todo el privilegio y esplendor que el dinero puede comprar, sin embargo, pronto queda en evidencia que una sombra de impotencia se cierne sobre sus cabezas, mostrando la precariedad de sus relaciones, infructíferas y perecederas, por lo que siempre están a la espera de un ataque o traición. Desde luego, hay una evidente cadena de mandos que tiene en la cima a Logan, quien es incapaz de encontrar a un digno sucesor y, como el Predicador de Eclesiastés 6:2, ve el trabajo de toda su vida desperdiciado al dejarlo en manos de extraños, aunque estos sean sus propios hijos —quienes de continuo están en la búsqueda de un mínimo gesto aprobatorio suyo y que, más que respetarlo, le temen, al mismo tiempo que subyugan a quienes tienen a su disposición.
Roman, por ejemplo, siempre está escondido detrás de la ironía y desprecia a cualquiera que trate de interactuar con él, mostrando todo el tiempo una pantomima de autoridad que en su intimidad vemos estéril y que solo logra complacer cuando Gerri (J. Smith Cameron), la consejera general de Waystar RoyCo, desarrolla con él una dinámica sexual, fascinante y sorprendente al mismo tiempo, donde el centro de su placer se basa en la humillación verbal, alcanzada ante el extasis de su propia imagen indefensa. Shiv, por su parte, controla a Tom a su antojo, al grado de que, en su noche de bodas, carente de empatía, lo manipula para que acepte estar en una relación abierta que solo la beneficia a ella, y él, a su vez, acoge a un ingenuo Greg bajo su mando, solo para infligirle la ignominia que sufre de los demás, desarrollando con él una relación pasivo-agresiva de límites corrompidos. El de Succession es un mundo donde no solo se ponen en juego las lealtades, sino también la dignidad: peones que caen, monstruos enfermos que devoran hasta el último pedazo de pan, aunque no lo necesiten; un escenario violento y sardónico donde vidas enteras se destruyen con el chasquido de un dedo y sin derramar una sola gota de sangre.

Lo que hace tan brillante al drama creado por Jesse Armstrong es ese equilibro que logra mantener entre las situaciones más tensas —la familia disfuncional, el hambre de poder, la corrupción, las estratagemas futiles— y el absurdo que se desprende de ellas. Por momentos todo parece un circo, una parodia, lo que en algún momento Shiv llama «una cadena de desastres», que hace de Succession una comedia de horrores donde se hace gala de la más profunda ineptitud y estupidez humana. De ahí que exista algo extremadamente fascinante al contemplar la intimidad de los Roy —que todo el tiempo se nos presenta con ese estilo documental fly on the wall: cámara en mano, zooms violentos y esa búsqueda constante de la mirada de sus personajes, quienes todo el tiempo están reaccionando a su entorno—, evidenciando sus miedos, ansiedades y tristezas con las que de pronto empatizamos muy a pesar de la repulsión que nos puedan generar porque, si bien nos es desconocido su lujo y portentosidad —su vida, la del 1%, es prácticamente inaccesible–, lo que sí reconocemos son esas relaciones turbias y fragmentadas que no logran, ni con todo el dinero del mundo, sostenerse. El poder queda entonces desdibujado, reflejado como una máquina torpe, convulsa y apática que desecha a sus individuos sin contemplación, arrojándolos —todo ello para nuestro espectáculo— a un destino sórdido y cruento.
Y si bien hay un desarrollo coherente e inteligente de cada uno de sus personajes —la escritura de la serie ha sido tildada de shakesperiana—, el foco principal queda para la relación entre Logan y Kendall, en una batalla perpetua y por momentos mitigada que hacia el final de la segunda temporada explota de manera irreversible. Después de una serie de intentos por derrocar a su padre —cegado por la idea de hacerle un bien a la empresa— y a casi nada de lograrlo el día de la boda de Shiv con una adquisición violenta, orquestada por uno de sus más grandes enemigos, Kendall se ve involucrado en un accidente automovilístico donde pierde la vida el joven que lo acompañaba. En un golpe de suerte, Logan descubre esto y, a razón de no sufrir ninguna consecuencia y retirar la oferta pública sobre Waystar, Kendall queda destrozado moralmente por su padre, convirtiéndose en su títere, paralizado y a la espera de sus órdenes. Logan, como un verdugo compasivo, lo acoge entre sus brazos y Kendall, azotado por la culpa, sin discusiones lo acepta, reconociéndose por primera vez en todo ese tiempo incapaz de ser lo que siempre había deseado. Pero después de que un escándalo de abusos y corrupción en su división de cruceros sale a la luz, la compañía debe responder ante el escrutinio público, por lo cual Logan decide que, para mitigar la furia colectiva –y evitar un desfalco aún mayor– se necesita un «sacrificio de sangre», entregar una cabeza importante que asuma la responsabilidad de todos los crímenes cometidos. Y, después de un diálogo tenso y vil entre todos los involucrados, cual mito bíblico, Logan ofrece a Kendall como ofrenda, a lo cual él, con resignación y buena voluntad, acepta.

«El de Succession es un mundo donde no solo se ponen en juego las lealtades, sino también la dignidad: peones que caen, monstruos enfermos que devoran hasta el último pedazo de pan, aunque no lo necesiten; un escenario violento y sardónico donde vidas enteras se destruyen con el chasquido de un dedo y sin derramar una sola gota de sangre».
Si bien la situación, más penosa que trágica, parece saneada, en el último momento, frente al ojo mediático, Kendall aprovecha la que quizá fuera su única oportunidad verdadera para darle la estocada final a su padre, haciéndolo responsable directo de todos los males que habían aquejado, por años, a la empresa. El tiempo de pagar llega y entonces la rivalidad padre-hijo corre el velo no solo sobre el trauma del pasado, sino también sobre la probabilidad de una vindicación para el futuro. ¿Pero qué hay en el mañana? Un reino estéril, hecho por hombres crueles y perversos, que han comenzado una guerra inmisericorde que tendrá como vencedor a un rey en ruinas.
La primera y segunda temporada de Succession se encuentran disponibles en HBO Max. La tercera emite sus nuevos capítulos cada domingo.