Una luminosidad terrorífica
Por Daniel Hernández
Cuando pensamos en una película de terror es casi inevitable imaginarla, aún sin antes verla, en una atmósfera de oscuridad. Así sucedió desde el inicio del género, para ejemplo varias de las películas representativas del cine silente y particularmente del expresionismo alemán como el caso de El Gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920) o Nosferatu (Friedrich Wilhelm Murnau, 1922).
Sin embargo, con Midsommar (2019), Ari Aster demostró que, incluso con una película desarrollada a plena luz del día, el cine es capaz de despertar en el espectador una de las emociones más primitivas en el repertorio evolutivo humano, desafiando de esta manera el paradigma de la oscuridad como eterna aliada del terror. Si la tarea de un director de cine de terror consiste en crear duda e incertidumbre en quienes miran su trabajo y a la vez jugar con estos elementos para favorecer la historia del filme, Aster la cumple de buena forma al tejer una narrativa que desarticula nuestras percepciones constantemente, qué mejor profesión que la Antropología (carrera estudiada por la mayoría de los personajes del filme), para evitar hacer juicios de valor a lo que se observa y, de esta forma, mantenernos en un constante estado de confusión.

Fiel al estilo presentado en sus primeros proyectos, Aster se apoya en la familia como su principal materia prima para contar historias; en esta ocasión presenta a Dani, una chica estadounidense que en una sola noche pierde de forma repentina a sus padres y a su hermana. A la par de esta tragedia, la relación que tiene con su novio Christian, pese a que se vislumbra como su principal red de apoyo, atraviesa una etapa sumamente crítica. Es ahí cuando un viaje a Hårga (una comunidad apartada en Suecia) será, por lo menos en apariencia, una buena razón para salir de la crisis y el dolor por el duelo.
Además de ser el motor de la historia, el viaje está repleto de folklore vikingo, potentes drogas alucinógenas, rituales que navegan entre lo bello y lo extraño, además de una noche que, aunque no se hace presente de forma constante, está ahí, con un brillante sol provocando un estado de alerta anormal en los personajes foráneos y que al mismo tiempo oculta lo retorcida que puede llegar a ser la gente de apariencia hippie de la comunidad de Hårga.

«Ari Aster demostró que, incluso con una película desarrollada a plena luz del día, el cine es capaz de despertar en el espectador una de las emociones más primitivas en el repertorio evolutivo humano, desafiando de esta manera el paradigma de la oscuridad como eterna aliada del terror».
Sin dudas, son varios los méritos que podemos resaltar en Midsommar, desde los pequeños adelantos o pistas que se nos dan en dosis sutiles a lo largo de la película, como un cuadro con un oso en el cuarto de Dani que al final de la historia cobrará sentido; hasta el mostrarnos con crudeza la crónica y dolorosa descomposición de una relación, en lo que sería el último viaje de todos los personajes —si bien es cierto que la protagonista logra sobrevivir físicamente a las fiestas de verano, su muerte y resurrección psicológica son evidentes al final de la película—. Gracias a todo lo anteriormente descrito, Midsommar es una obra obligada para cualquier cinéfilo, pero especialmente para los amantes del terror.
Este texto forma parte de nuestra convocatoria «Escribe sobre tu película de terror favorita» publicada en octubre de 2021.
Sobre Daniel Hernández: Tengo 31 años. Originario del puerto de Veracruz y viviendo actualmente en Xalapa. Soy psicólogo egresado de la Universidad Veracruzana, hice un diplomado en la Escuela Veracruzana de Cine Luis Buñuel en el 2014. Hace un par de años empecé proactivamente la cacería de mi sueño de ser cineasta, enfocándome principalmente en actuación, donde he tenido oportunidad de participar en proyectos estudiantiles desde el 2017 de forma continua y el año pasado escribiendo mis propios guiones y filmándolos.