Por César Mariano
En un reciente monólogo por su regreso a Saturday Night Live Jason Sudeikis se declaró sorprendido por el éxito de Ted Lasso, una serie con dos de las más grandes aversiones del público norteamericano: la bondad y el futbol. Más allá del chiste, la comedia protagonizada por el ex integrante de SNL cosechó una aceptación tan abrumadora que su segunda temporada corría el riesgo de, si no decepcionar, al menos perder algo de esa esencia que la había hecho tan cercana a su público. Con algunos altibajos, la serie apenas pasó la prueba de fuego.
En esta segunda temporada seguimos la historia del AFC Richmond después de perder la categoría frente al Manchester City. Pese a todos los esfuerzos de Lasso, quien ya ha logrado gran aceptación en el club, en la división de ascenso los resultados no parecen mejorar gracias a una racha de empates que, justo cuando está a punto de terminar, deja una de las situaciones más absurdas e inverosímiles de la serie: Dani Rojas (uno de los personajes más entrañables de la serie, interpretado por el mexicano Cristo Fernández) falla un penal decisivo cuyo tiro, para empeorar las cosas, termina matando al perro galgo insignia del equipo que se encontraba a un lado de la portería.

Este hecho, que puede sentirse desesperante a causa de su repetición y simpleza, desmoraliza a Rojas, provocándole una especie de bloqueo que le impide continuar sus actividades futbolísticas, por lo que la directiva decide contratar a la Dra. Sharon Fieldstone (Sarah Niles), psicóloga deportiva que gradualmente va ayudando no solo a Rojas, sino a todos los demás jugadores a superar sus miedos y ansiedades. Lasso entonces empieza a sentirse desplazado y receloso, sus intentos de congraciarse con Fieldstone son inútiles porque —al contrario de como le sucedió con los demás personajes— ella no cede ante lo que empezamos a ver como cierto manierismo de su parte. Conforme avanzan los capítulos, su comportamiento se vuelve un tanto infantil y renegado, por lo que llegamos a preguntarnos si, hasta ese momento, no ha estado Lasso engañándonos, si no es, acaso, un impostor.
Hasta ahí parece vaticinarse el conflicto central de la temporada, que tendrá como punto de partida los problemas internos de Lasso y la recompostura que el equipo debe buscar para lograr el ascenso. Pero pronto ese esquema se va diluyendo porque, a la par de la trama que corresponde al entrenador norteamericano, los demás personajes, que habían quedado un tanto relegados a su sombra, empiezan a desarrollar sus propias historias de manera importante. Sus roles ya no son lo que podríamos llamar secundarios.
Así, tenemos a Jamie Tart (Phil Dunster), quien, después de un paso lamentable por el ManCity, regresa al Richmond para ganarse el lugar que en algún momento fue suyo y despreció. Por su parte, Keeley Jones (Juno Temple) y Roy Kent (Brett Goldstein) van forjando la relación que iniciaron al final de la temporada pasada, donde cada uno emprende sus propios proyectos entre inseguridades y angustias, pero siempre con el gratificante golpe bajo del aprendizaje. De igual manera está Rebecca Welton (Hannah Waddingham), la dueña del equipo que, tras haber superado su tormentoso divorcio, desarrolla una obsesión con una app de citas a ciegas que la hará involucrarse con Sam Obisanya (Toheeb Jimoh), uno de los jugadores más brillantes del equipo.

Por otro lado, personajes como Nathan (en su paso de utilero a entrenador) y el coach Beard (mano derecha de Lasso) dan lugar a una transformación que brinda a la serie un giro importante hacia el final de temporada. Incluso Beard tiene un capítulo entero dedicado a una juerga en la que se involucra después de una decepcionante derrota del Richmond y que, a sugerencia del título, ha sido simpáticamente comparado con After Hours (1985), el film de Martin Scorsese que seguía la nocturna pesadilla kafkiana de Paul Hackett en el Soho de Nueva York. Pero lo que en la película de Scorsese era una tragedia progresiva, aquí se transforma en una situación ventajosa donde todo mejora y, hasta cierto punto, alecciona a los involucrados. Es ahí quizá donde radica el error en el que constantemente cae esta segunda entrega de la serie.
Llega un momento en el que Ted Lasso parece encontrar en la bondad y la empatía un camino fácil para tratar a sus personajes. Episodio a episodio todo avanza a marcapasos, con una lentitud que puede llegar a desesperar a algunos espectadores y que, en el amplio entramado de historias que surgen a lo largo de la temporada —que ahora cuenta con 12 capítulos, dos más que la anterior—, no termina por resolver ningún conflicto. Sin embargo, si uno espera lo suficiente, la serie logra ciertos destellos de lucidez que le dan un aire nuevo en miras de la continuidad de su historia.

«Podemos entender a Ted Lasso como una historia en regresión, un ir y venir donde las complejidades humanas —y no solo su lado caritativo— puedan dialogar entre sí, aunque a veces ese diálogo no sea el más provechoso posible».
Lasso, después de sufrir varios ataques de pánico y una larga desidia, se muestra por fin vulnerable ante la Dra. Fieldstone, revelando la herida que el suicidio de su padre le dejó y cómo ello definió su forma de ver la vida. La escena es conmovedora porque, si bien ya se intuía, la confirmación de que el origen de su carácter reside en el trauma de la pérdida y el dolor le da otra dimensión al personaje como algo más que el mero constructo emocional y manipulativo que, en algunos momentos de la temporada, parece convertirse.
Al final del día, ese lugar cómodo que la serie ha alcanzado —y que a veces le juega en contra— se reconoce como un espacio al que, como espectadores, nos entregamos sin mucha resistencia, tal vez porque, en el fondo, nos encontramos ávidos de escuchar consuelos ajenos que nos conforten y eleven un poco más allá de nosotros mismos. ¿Pero qué pasa si esas palabras son solo una quimera? ¿Que si, al contrario de lo que creíamos, la compasión y la amabilidad no son suficientes para satifacer nuestras carencias? Esta es la pregunta que parece hacerse Nathan quien, después de muchas dudas y una frustración acumulada frente al empequeñecimiento de su propia imagen, decide, en el último capítulo, traicionar al equipo. Y es con esta resolución y el constante vaivén presenciado en el desarrollo de los demás personajes que podemos entender a Ted Lasso como una historia en regresión, un ir y venir donde las complejidades humanas —y no solo su lado caritativo— puedan dialogar entre sí, aunque a veces ese diálogo no sea el más provechoso posible.
La segunda temporada completa de Ted Lasso se encuentra disponible en Apple TV. Una tercera entrega de la serie ya ha sido confirmada.