Por César Mariano
En el cine de Nicolás Pereda poco o casi nada suele suceder, sin embargo, en esa aparente sencillez sus tramas despliegan una versatilidad de formas que desafían las nociones de una ficción que hoy en día se ha vuelto instrumento de la convencionalidad y la fórmula. Por ello mismo no sorprende que Fauna (2020), su más reciente largometraje, sea una lúcida disección de esas inquietudes. Así, la aparente cotidianidad de la visita de Luisa y su novio Paco (los dos actores) a la casa de sus padres empieza como un relato sobre la incomodidad de establecer nuevos lazos humanos, para poco a poco irse transformando en una fábula sobre la artificialidad de la ficción. Desde el primer momento Paco trata de ser agradable y encajar en el núcleo familiar, en uno de sus intentos para congraciarse con Gabino (el hermano de Luisa) se ofrece para comprarle unos cigarros, pero cuando llega a la única tienda del pueblo, un señor ya se ha llevado las últimas dos cajetillas. Desesperado, va tras él e intenta comprarle una, el señor se niega y entonces Paco le ofrece cien pesos por ella. Aquel acepta, pero no tiene cambio de un billete de doscientos. Frustrado y ya a regañadientes, Paco acepta su propuesta de quedarse las dos cajetillas por esa cantidad. Minutos después, cuando regresa a la casa, descubrimos que quien se las vendió es el papá de Luisa, pero ninguno dice nada.
Es en ese tipo de interacciones que se descubre una de las claves del humor, a veces tan insólito, con el que Pereda muestra a sus personajes y el contexto en el que se desarrollan. La distancia que pone entre ellos y nosotros, por medio de planos fijos y prolongados, nos hace sentir, hasta cierto punto, invitados incómodos en situaciones con las que es fácil identificarnos y, precisamente por ello, descubrir su comicidad espontánea. Esto queda ilustrado en una escena de Juntos (2009), donde vemos a la pareja protagonista sentada a la mesa después de comer sin saber qué hacer o decir. Estamos frente al reflejo de su relación rota. El presenciar la incomodidad que se percibe en sus gestos, mientras fuman o desvían la mirada provoca una risa sincera, pues cualquiera de nosotros hemos estado en una situación similar y, al reconocerla con simpleza en otros, el efecto dramático que debería provocar queda empañado de una sensación de absurdo.

Lo mismo sucede en Fauna cuando Paco, Gabino y su papá van a tomar unas cervezas y conversan sobre el papel que Francisco interpreta en Narcos: México, si bien el propio Francisco Barreiro da vida al mayor de los hermanos Arellano Félix en la serie, aquí su personaje se nutre de esa experiencia y, debido a ello, el papá de Luisa quiere ver una demostración, pero el principal problema es que este no tiene ningún diálogo en la temporada. «No importa, tú hazle», le dice el papá. Paco reacciona como si de una broma se tratara, pero al ver la seriedad del señor no le queda más remedio que desarrollar una pantomima ridícula de sus reacciones en una escena donde Miguel Ángel Félix Gallardo, interpretado por Diego Luna, confronta a todos los líderes del cártel que lo habían querido destronar. Sus expresiones pasan de la alegría al miedo. Gabino y su papá no entienden. Cuando termina su representación, estos no quedan satisfechos y le piden que interprete algo con diálogos. Entonces Paco se pone en la piel de Diego Luna, imitando el acento tan particular que este tiene en la serie, y repite dos veces, a petición de ellos, su monólogo dramático y confrontativo. Toda la secuencia es de una seriedad absoluta y, al mismo tiempo, de una hilaridad sorprendente. A pesar del inesperado histrionismo que refleja Paco, esto no causa ninguna impresión en la familia de su novia y solo hace un papel lamentable frente a ellos.
Es de esta sencilla pero brillante interacción de la que surge otra de las preocupaciones que Pereda aborda en la película y que es una de las claves de su cine en general: el juego actoral como posibilidad metaficcional. No por nada desde su ópera prima ha trabajado con el mismo grupo de actores del colectivo teatral Lagartijas tiradas al sol —conformado por Gabino Rodríguez (recién renombrado Lázaro), Luisa Pardo y el ya mencionado Francisco Barreiro—, lo que ha dado como resultado que, a lo largo de los años, todos ellos interpreten una diversidad de personajes (casi siempre nombrados como ellos mismos) que les permiten explorar los límites entre realidad y ficción, ya sea por medio del relato de las comunidades marginales en Verano de Goliat (2010), la ausencia del padre en Los mejores temas (2012) o el paso del tiempo y la nostalgia en Minotauro (2015), pero en Fauna, esto se evidencia en la representación del imaginario de la violencia en México.
Si en la ya mencionada Narcos existe una estilizada dramatización del crimen y sus partícipes, en la película estas nociones se destruyen al presentarlas en una cercanía más honesta que idealizada. Es por ello que, cuando Luisa encuentra a Gabino leyendo un libro y le pide que le cuente de qué va, este comienza a narrar la historia mientras en pantalla él mismo (con peluca de por medio) empieza a representarla. De primera mano, la narración nos parece la antesala de una historia de detectives y violencia, un hombre va a una ciudad remota para encontrar a un tal Rosendo Mendieta, el cual lleva años desaparecido y al que nadie parece conocer; pero de pronto todo se vuelve un divertimento cuando, en su estancia, conoce a dos extraños, encarnados por Paco y Luisa. El primero hace una suerte de intimidación (como si parodiara la pantomima que ya antes había actuado) al negarle que exista un tal Rosendo Mendieta y que deje de estar preguntando por él. La segunda, después de un malentendido con una toalla que Gabino toma accidentalmente de su habitación, lo hace cómplice en el encuentro que ha de tener con su hermana, Fauna. Ella, claro, se llama Flora.

«El artificio y la realidad que pretende invocar quedan así fragmentados, dando lugar no a un cine de verdades, sino de suposiciones, interrogantes y espacios lúdicos que lejos de invitar al sentimentalismo barato o la emoción efímera, buscan examinar los simulacros de vida con los que, desde el imaginario colectivo, hemos sido educados».
Entonces el relato literario se convierte en un espacio de recreación visual donde actores y personajes se desintegran en una experimentación que les da la oportunidad de pretender ser otros y realmente serlo. Como si la máscara se fusionara con el rostro que trata de ocultar. Así, la Luisa actriz se interpreta a sí misma interpretando a las dos hermanas del cuento (peluca de por medio también), mientras Gabino y Francisco hacen lo suyo mostrándose vulnerable e ignorante el primero y peligroso e insolente el segundo (contrastando con el patetismo que como novio de Luisa reflejó en la primera parte). El artificio y la realidad que pretende invocar quedan así fragmentados, dando lugar no a un cine de verdades, sino de suposiciones, interrogantes y espacios lúdicos que lejos de invitar al sentimentalismo barato o la emoción efímera, buscan examinar los simulacros de vida con los que, desde el imaginario colectivo, hemos sido educados para enfrentarlos con la crudeza de lo cotidiano, lo aburrido y lo fútil de la existencia.
Por ello mismo en Pereda los temas siempre se repiten, pero nunca se agotan, pues su preocupación no está en la trama, sino en el proceso de desarrollo detrás de esta, en lo que queda fuera de ella y que es responsabilidad del espectador crear y expandir. Por eso Fauna es una historia inconclusa. Cuando Gabino relata el fin del libro (al menos hasta donde él ha llegado en su lectura), decide ya no continuar con la historia y dárselo a Luisa. «Ya luego tú me cuentas el final», le dice. El relato, a pesar de su misterio, pierde interés y es en esa decisión que quedan evidenciadas las fragilidades de la impronta cinematográfica y las expectativas que de ella nos hemos formado.