Crítica

Crítica: La peor persona del mundo de Joachim Trier

Crítica de «La peor persona el mundo» de Joachim Trier | La nueva película del director danés aún continúa exhibiéndose en diversas salas de cine del país.

El fracaso del futuro, los vicios del pasado

Por César Mariano

Una mañana después de pasar la noche con su novio y los amigos de él, Julie (Renate Reinsve) despierta desconcertada, en su rostro se asoma la mueca de una inesperada confusión. Aksel (Anders Danielsen Lie), el novio en cuestión, realiza sus actividades cotidianas: guarda ropa y prepara café; cuando le ofrece servirle, ella, como única respuesta, enciende el interruptor de una luz cercana. En ese momento su rostro se ilumina y el tiempo, literalmente, se detiene. Frente a sí, Aksel es una estatua que ha quedado congelada en su propio movimiento, el mundo ha sido puesto en pausa. Al darse cuenta, la mirada de Julie se transforma, pues se sabe libre. Sin el peso de su vida actual y las decisiones que a ella la llevaron, sale al mundo exterior en busca de aquello que anhela profundamente: una pasión que desde hacía mucho no sentía y que en la persona de Eivind (Herbert Nordrum), a quien hace tiempo conoció por casualidad en una fiesta, parece materializarse. Sin remordimientos o culpas, ambos viven el idilio que solo la ensoñación puede otorgarles. 

Es quizá en esta secuencia de La peor persona del mundo (Verdens verste menneske, 2021), la más reciente película del cineasta noruego Joachim Trier, donde mejor se condensan las preocupaciones de toda una generación representada en Julie, una treintañera carismática sin rumbo fijo que busca encontrar su lugar en el mundo. Tanto en lo profesional —que va desde haber estudiado medicina hasta dedicarse a la fotografía— como en sus relaciones personales, Julie trata de encontrar esa plenitud del éxito y realización propia que pareciera estar reservada para la vida adulta, aunque la realidad frente a esa expectativa casi siempre sea decepcionante.

Fotograma de la película «La peor persona el mundo» de Joachim Trier.

Dividido en 12 capítulos, un prólogo y un epílogo, el filme indaga sobre los paradigmas que se desprenden del amor, el anhelo y la incertidumbre del propio vivir. Después de probar muchos caminos, Julie encuentra en Aksel, un dibujante de cómics ya consolidado, cierta estabilidad que le parecía necesaria, pero con el tiempo se descubre insatisfecha. Vemos entonces a Julie como alguien que persigue una emoción que se agota y que debe ser renovada de manera constante, sin que nada parezca suficiente para saciarla, cual si habitara un espacio que lentamente se va reduciendo hasta sofocarla por completo y del que es inevitable huir. Después de esa pausa onírica donde puede realizar lo que en la realidad le parece imposible, con mucho dolor Julie decide dejar a Aksel, sin embargo, el ciclo se repite, esa huida solo la transporta a un sitio similar. La perspectiva del futuro parecía ser más amable, solo que cuando la relación con Eivind se estabiliza, los miedos y preocupaciones que parecían disipados regresan.

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Aquí es donde entra en juego la veleidad del deseo, el ansia que parece imperecedera pronto revela su carácter efímero. No se trata de un simple capricho o crueldad, sino de algo que la mayor parte de las veces escapa al entendimiento humano, aquella totalidad a la que aspiramos se enfrenta a un cotidiano artificioso y por lo tanto mediocre y futil. Es ese sentimiento el que embarga no solo a Julie, sino también a Aksel y Eivind. Ante esta perspectiva, el porvenir es fracaso y el presente un eslabón muy frágil al cual asirse. 

Por ello no es difícil sentirse identificado con las dudas y decepciones que enfrentan Julie y los personajes con los que interactúa a lo largo de la cinta, pues en ellas se transparenta la desdicha de una vida que no está a la altura de sus propias expectativas. Trier juega con esa idea hasta desdibujarla, el filme pasa de la comedia romántica al melodrama o la sátira —siendo, en medio de todo esto, una especie de coming of age de la edad madura—para tratar de exponer las contradicciones en las que viven sus personajes, pero hacía el final algo parece irse perdiendo. Si bien las interpretaciones de Reinsve (que fue galardonada como mejor actriz en el pasado festival de Cannes), Danielsen Lie y Nordrum retratan a la perfección el desasosiego que implica la responsabilidad y el afecto cuando nada parece permanente, hacia el final, las resoluciones de todos estos conflictos parecen simplificarse caprichosamente.

Fotograma de la película «La peor persona el mundo» de Joachim Trier.

«El desenlace es engañoso porque si bien presentimos que el camino de Julie está abierto a todo tipo de posibilidades —tanto buenas como malas—, el viaje emocional en el que la hemos acompañado parece simplemente desechado en pos de esa aparente calma final».

Julie, quien nunca quiso tener hijos con Aksel, termina embarazada de Eivind, pero antes de confesárselo tiene un reencuentro con su ex en el que la perspectiva de la muerte —propiciada por el cáncer terminal que sufre Aksel— y la nimiedad de la vida juntos los hace reconsiderar el tiempo que compartieron. Como por accidente, ambos se reconocen en esa tristeza de no poder ser ellos mismos y, de igual manera, no saber en realidad quién o qué podrían ser. Es entonces que la huella del pasado se presenta cada vez más noble, mientras el futuro resulta agobiante. El recuerdo de aquello que se ha perdido se exhuma como algo preciado y se muestra como una añoranza (que no siempre es nostalgia) que a la distancia parece reconfortante. Después de estas reflexiones, Julie decide que es mejor dejar a Eivind, de alguna manera reconoce su incapacidad emocional para sobrellevar la situación y, quizá arrastrada por lo compartido con Aksel, repite la conducta con la que hasta ese momento ha sobrellevado su vida. No hay lección alguna a la cual asirse, queda solo la experiencia del dolor, la intuición y la soledad, pero quizá, por primera vez, hay paz en todo ello. 

Es después de esta reflexión que la película concluye. El desenlace es engañoso porque si bien presentimos que el camino de Julie está abierto a todo tipo de posibilidades —tanto buenas como malas—, el viaje emocional en el que la hemos acompañado parece simplemente desechado en pos de esa aparente calma final. Sí, existe una reconciliación del personaje consigo misma, pero es inconsecuente. Como si Trier hubiera construido todas las desgracias en torno a Julie solo para disiparlas en la bruma de una sonrisa última. Cual si esa vida se redujera a una tragedia que solo busca evocar una empatía que nace y muere en su propio pronunciamiento.

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