Crítica

Crítica: Red Rocket de Sean Baker

Crítica de «Red Rocket» de Sean Baker | La nueva película del director de «The Florida Project» profundiza el retrato de la complejidad de los habitantes de Estados Unidos.

Un cohete en medio del pantano

Por Pablo Rodrigo Ordoñez Bautista

Platicando con Julie, una amiga francesa trotamundos, llegamos a la conclusión —a partir de una anécdota suya— que el «gringo» goza, como norma, de una ineptitud aberrante. Reímos unos segundos antes de caer en cuenta de nuestro error, no es posible generalizar desde una experiencia subjetiva, ni siquiera cuando sea un testimonio que encaja con la concepción popular. De esta manera la charla evolucionó, reflexionamos sobre la profundidad de México y Francia, su gente, sus conductas y obsesiones; eventualmente, nuestra mente se posó de nuevo en la gente de los Estados Unidos de América, ya no desde la subjetividad, sino desde una franca curiosidad: ¿Cómo serán los humanos que viven en el resto de su territorio colosal, lejos de las ciudades más célebres?

Una curiosidad similar parece potenciar el oficio cinematográfico de Sean Baker, cuyas historias se centran en la complejidad de los seres humanos que habitan el vasto territorio de los Estados Unidos. Lejos ya de Florida o West Hollywood, en Red Rocket (2021) la mirada inquieta y profunda de Baker se posa ahora sobre al ambiente húmedo de la ciudad costera de Texas City desde una historia tan dinámica como genuinamente graciosa: Mikey Saber (espléndido Simon Rex), un carismático estafador y exactor porno, regresa a su ciudad natal para estabilizarse después de fracasar en la «envidiable» vida del estrellato pornográfico. Para ello acude en búsqueda de refugio con su esposa Lexi (Bree Elrod) y su suegra Lil (Brenda Deiss) a cambio de volverse su proveedor económico.

Fotograma de la película «Red Rocket» de Sean Baker.

El trato parece acomodarle, pese a fracasar en su intento por conseguir empleo formal Saber se dedica a distribuir diariamente la marihuana de la patrona Leondria (Judy Hill), ya sea en paseos diarios en bicicleta o en la compañía de su vecino Lonnie (Ethan Darbone), de cuya ingenuidad abusa para conseguir transporte a distintos puntos de conveniencia para su negocio. Todo parece ir bien, su relación con Lexi y Lil mejora, la situación para todos comienza a estabilizarse, sin embargo, los largos paseos en bicicleta de Mickey parecen esconder algo, su mirada le delata, busca inquieto a alguien, una mujer, una oportunidad para regresar al podio… y así es como conoce fortuitamente a Raylee “Strawberry” (Suzanna Son), una suerte de Lolita moderna que en su mente identifica como la gran oportunidad que estaba buscando.

Sean Baker no tiene temor ni es torpe al profundizar en las dinámicas de sus personajes, individuos complejos afectados por el contexto sumamente particular de la fiebre preelectoral de 2016, donde la publicidad de Hillary y Donald suena de fondo de forma casi surreal, ajena a los personajes, quienes están muy ocupados con sus inabarcables vidas capturadas por una cámara que maximiza, sin romantizar, la naturaleza de sus espacios mediante texturas hipnóticas de colores intensos. Un afuera de atardeceres saturados delineando las refinerías, la luminosidad nocturna del nombre de una tienda de donas, carreteras, vecindarios de niveles socioeconómicos diversos que se distribuyen entre la marisma. Adentro, bajo las cuatro paredes del hogar de Lexi y Lil, austeridad mundana, una cafetera en pedazos, un cenicero repleto de colillas, un lavabo repleto de platos y una cama con sabanas disparejas. Toda esta información es rica para el filme, detalles mínimos que contribuyen a la construcción de un mundo real que quiere desentenderse de la ficción y que potencia el relato y los temas que se hilan.

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Mikey Saber es fascinante, un individuo deleznable que en su búsqueda del imperio dorado que contamina atrozmente su percepción y la de miles de estadounidenses amedrenta a los que le necesitan o estiman, más por omisión que por dolo. No es maquiavélico, pero tampoco es idiota. Es un audaz fantoche, un amoral ególatra machista de ignorancia encantadora que contrasta con la honesta altanería de los demás. A pesar de su protagonismo, las mujeres que le rodean son los personajes más interesantes y valiosos. Son personas con cicatrices profundas, ya sea abandonadas por la suerte y un Estado indiferente como Lexi y Lil, o en la cúspide de una especie de trono como Leondria o Raylee. Esta última, con quien Saber desarrolla una incomodísima interacción, es particularmente interesante, una adolescente/mujer magnética que simula inocencia pero que es más versada de lo que aparenta, alguien inteligente y libre que se divierte con el grooming de Mikey y a quien llega a poner en jaque en múltiples ocasiones.

«Sean Baker no tiene temor ni es torpe al profundizar en las dinámicas de sus personajes, individuos complejos afectados por el contexto sumamente particular de la fiebre preelectoral de 2016».

De esta forma la película transcurre entre situaciones graciosas, violencia, porros y secuencias eróticas memorables y provocadoras; un ir y venir entre el naturalismo y un absurdo sutil que no termina en nada bueno para Mikey, quien se queda muy cerca de cumplir con su propósito (según él) a pesar de la devastación que provoca.

Para finalizar, Baker reformula la conceptualización de final que implementó en The Florida Project (2017), alterando notoriamente las cualidades musicales de Bye, Bye, Bye de NSYNC (canción que aparece múltiples veces en la película) para una alucinante y enigmática secuencia final que rompe definitivamente el tono realista y reafirma al filme como una obra de gran profundidad con un interés íntimo y legítimo por el norteamericano y Estados Unidos, un país que se muestra disparejo en la distribución de su supremacía, ajeno por completo a la imaginería que quiere proyectar. El entorno, las situaciones y los humanos que habitan cada encuadre podrían provenir sin demasiado problema de la marisma petrolera de Tampico o Altamira en Tamaulipas y, paradójicamente, las diferencias siguen siendo claras y abismales. Cada lugar es un cosmos que obedece a fuerzas institucionales y humanas particulares, de ahí surgen las historias más interesantes, historias reales de humanos reales —quizás también esa sea la razón por la que a Baker le gusta trabajar con no actores, porque su vida misma nutre la ficción—, quienes desde una sensibilidad adecuada dejan de ser ineptos aberrantes estereotípicos.

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