La cortesía como instrumento del terror
Por Paulina Vázquez
«-¿Por qué estás haciendo esto?
-Porque me dejas».
‘Gæsterne’, 2022.
Es inevitable asociar las imágenes que nos presenta el director danés Christian Tafdrup en Speak no evil (Gæsterne, 2022) con las que han definido el carácter fílmico de Michael Haneke y Giorgos Lanthimos; sin embargo, en su más reciente filme de terror identificamos un estilo que empieza a definirse y pone al cine de género danés en la mira.
El argumento consta del encuentro entre dos familias en Italia. Bjørn (Morten Burian), Louise (Sidsel Siem Koch) y su hija Agnes (Liva Forsberg) conforman una pequeña familia que juega el papel de víctima frente a la conformada por Patrick (Fedja van Huêt), Karin (Karina Smulders) y el retraído niño Abel (Marius Damslev). Sucede aquí un poco lo mismo que une a los personajes de Lost in translation (2003) de Sofía Coppola: el estar en un lugar ajeno y completamente desconocido hace que el compartir un mismo lenguaje los vuelva aliados en la aventura. Ese instinto de acercarse a lo familiar y aferrarse a toda costa mientras se está en lo desconocido.
Es exactamente ese apego a la seguridad, como el de la pequeña Agnes que no puede desprenderse de su conejo de peluche, el que provoca que la familia danesa sea una víctima más de la pareja holandesa. Así el encuentro casual en Italia pronto se convierte en una invitación a pasar un fin de semana a la casita holandesa, a fin de cuentas ¿por qué desconfiar si hubo cordialidad al compartir una tarde la mesa?

Si el principio de la empatía propone que al llegar a otro hogar uno se sujeta a las reglas del espacio ajeno y procura mantener la amenidad con el fin de asegurar una buena estancia tanto para los huéspedes como para los anfitriones, Speak no evil quebranta estos lindes construyendo a cada minuto una atmósfera de tensión e incomodidad que se prolonga hasta los últimos momentos del filme.
La película de Tafdrup atrapa la mirada gracias la incertidumbre que se crea en los momentos de diálogo y conciliación entre los personajes, instantes en los que se replica ese bucle incómodo de no saber cuándo está bien comportarse de tal o cual manera, una duda que siempre se mantiene ya sea por la falta de adaptación a las costumbres extranjeras o por la condición de huéspedes que los somete al juego de la extraña familia danesa.
Si bien este filme nos provoca una gran desconfianza en la hospitalidad, otro de sus puntos interesantes es poner sobre la mesa el cómo las normas de conducta y convivencia condicionan la propia reacción ante situaciones de tensión llevándola a veces hasta el extremo, eso que en México llamamos «llevar la fiesta en paz». Ese trauma primigenio que nos hace evadir a toda costa la incomodidad de la confrontación y nos hace preferir guardar silencio a marcar límites claros: esas grandes heridas de rechazo que nos marcan de por vida y que en esta producción garantiza el éxito de la pareja psicópata.

«Pero hemos de admitir que el buen uso de la construcción de personajes evidencia las paradojas de la condición humana y las lesiones latentes del alma: esas heridas que nos dejan indefensos y al desnudo en la oscuridad».
Ahora, es evidente que la premisa de no confiar en extraños está completamente representada y resulta hasta aleccionadora, pero hemos de admitir que el buen uso de la construcción de personajes evidencia las paradojas de la condición humana y las lesiones latentes del alma: esas heridas que nos dejan indefensos y al desnudo en la oscuridad, que nos paralizan al punto de permitirnos arrebatarnos todo y hacen olvidar la posibilidad de defenderse o correr para salvar la vida.
¿Podría decirse entonces que se trató de un suicidio? Repetidas veces se presenta ante Bjørn y Louise la oportunidad de escapar y a pesar de todo terminan volviendo al punto de partida al que se aferran: el conejo de peluche, la cortesía e incluso la incredulidad. El epítome de esta premisa llega en los últimos momentos cuando la impotencia ya es demasiada y cambia repentinamente el tono de la película permitiendo así un desfogue de la tensión acumulada pero también traicionando un poco su tratamiento general al hacer uso de la violencia gráfica contra la indefensa y paralizada familia.
Por último, la sutileza de elegir rocas en lugar de una pistola, o los ingeniosos instantes cotidianos de intrusión en el baño, apoyados en las tomas fijas y el sonido, son también una forma muy clara de pronunciarse al respecto de la propia cultura danesa, que si lo admitimos no nos resulta para nada ajena. Cuando llega el final permanece flotando en el aire el cuestionamiento de nuestra propia permisividad.