Crítica

Crítica | Spiderman: No Way Home de Jon Watts

Crítica de «Spiderman: No Way Home» de Jon Watts | La tercera película del Spiderman protagonizado por Tom Holland abre un sinfín de posibilidades para los nuevos proyectos sobre el superhéroe.

La posibilidad prolongada

Por César Mariano

Desde que el estreno de Iron Man (2008) iniciara lo que hoy conocemos como el Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) las historias que Marvel Studios ha adaptado de sus cómics —al principio por cuenta propia y ahora bajo el mando de Disney— se han ido desarrollado en un crescendo de emociones y probabilidades cada vez más inusitadas que no parecen tener un fin próximo. Desde la primera aparición en conjunto de «los héroes más poderosos del planeta» en The Avengers (2012), hasta el final de la saga del infinito con Avengers: Endgame (2019), pasando por Capitán América: Civil War (2016) y el ahora más que esperado y anticipado estreno de Spiderman: No Way Home (2021), el fenómeno que todas estas películas han propiciado no es menos que fascinante. 

Después del punto cúlmine que significó la batalla final contra Thanos, donde todos los superhéroes conocidos hasta ese momento hicieron acto de presencia en lo que suponía un evento sin precedentes para cualquier franquicia, parecía complicado que alguna nueva historia de la siguiente fase —fuera de ensamble o no— alcanzara el furor ahí conseguido. Pero cuando los rumores indicaban que en la tercera entrega del Spiderman de Tom Holland podía haber una incorporación de los universos del héroe arácnido interpretados en su momento por Tobey Maguire y Andrew Garfield, las expectativas de generaciones enteras de fans —ya no solo de quienes habían seguido de cerca el UCM desde un inicio— no hicieron más que crecer en torno a una estrategia publicitaria que se basó principalmente en el secretismo, teorías de fans y filtraciones de insiders que llegaban a cuentagotas y aumentaban el deseo de ver una producción que, más que una simple narrativa de entretenimiento, ya era parte de una idealización construida a partir de la nostalgia y una curiosidad empecinada que, a todas luces, parecía fuera de proporción.

Fotograma de la película "Spiderman: No Way Home" de Jon Watts.

Finalmente, este pasado 15 de diciembre Spiderman: No Way Home llegó a salas del mundo entero solo para traer la confirmación de todo lo que como espectadores anhelábamos ver. La película inicia inmediatamente después de los hechos ocurridos en la primera escena post-créditos de Spiderman: Far From Home (2019), donde Mysterio incrimina al Hombre Araña por su muerte y revela su identidad. Ante esto, Peter Parker se ve envuelto en una encrucijada mediática que, entre otras cosas, afecta las probabilidades que tienen él y sus amigos, Michelle Jones «MJ» (Zendaya) y Ned Leeds (Jacob Batalon), de entrar a la universidad —particularmente al MIT—. Todas las solicitudes que envían son rechazadas debido a la controversia en la que se han visto envueltos. Es entonces que Peter, desconsolado por lo que MJ y Ned tienen que pasar por causa suya, decide buscar la ayuda de Dr. Strange (Benedict Cumberbatch) para ver si existe la posibilidad de regresar el tiempo y que nada de aquello suceda. Pero al carecer de la gema que podría ayudarlo en su cometido, el Hechicero Supremo le ofrece una alternativa: borrar de la memoria del mundo su identidad. Peter acepta pero después de alterar el hechizo para que su tía May y sus amigos aún lo recuerden, las cosas se salen de control y el multiverso, una vez más, es desatado, trayendo consigo a los villanos y, en consecuencia, a los héroes largamente esperados por los fanáticos del UCM.

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Es ahí dónde radica lo cautivante de la cinta, esta idea de universos paralelos colisionando unos con otros le había servido a Marvel para conservar personajes —Loki y el caos con sus variantes en su serie homónima— o introducirlos —como parece mostrarlo la conexión entre What if…? y el tráiler de Dr. Strange en el multiverso de la locura que apareció en la segunda escena post-créditos de la película—, pero lo que hace No Way Home marca un antecedente que sin duda puede ser el camino a seguir de la franquicia. El derroche de emociones que significó el regreso de Maguire y Garfield, unido al reinicio dado al personaje de Holland —lleno de todo tipo de probabilidades para su futuro— no es parte más que de un cúmulo de trucos espectaculares que auguran una hegemonía: la de la sorpresa interminable.

Fotograma de la película "Spiderman: No Way Home" de Jon Watts.

«Es por eso que, quizá, el futuro audiovisual lo siga dominando el cine de franquicias que más que ser un paso en falso o el signo de la actual y profunda decadencia del séptimo arte (como muchos, rasgándose las vestiduras, lo han anunciado), ha terminado por ser un estadio de comodidad que, satisfecho de sí mismo, se repite en un bucle que se ofrece a quien quiera disfrutar de él».

Y es que esa es la oportunidad que el multiverso le da ahora a Marvel. Abrir paso no solo al anhelo de ver cumplido el deseo de los fans, sino crear también un juego de especulaciones dónde el asombro nunca termina. Sin ir más lejos, pensemos en la cantidad de rumores que a propósito de la película han salido a la luz estas últimas semanas: el regreso de Andrew Garfield para terminar su trilogía arácnida enfrentando al Venom de Tom Hardy o a la Gwen Stacy de Emma Stone como Spider-Woman; la larga lista de cameos que tendría preparada la secuela de Dr. Strange, entre los que ya se mencionan a los X-Men y Deadpool; o la colisión de estos y otros personajes en la que sería la quinta entrega de los Vengadores, que adaptaría uno de los cómics más ambiciosos en la historia de la casa de las ideas: Secret Wars, que tiene la particularidad de enfrentar a héroes y villanos en una batalla inmensa y multiversal.

Verdaderas o no, todas estas ideas no dejan de ser excitantes y el público lo sabe. Las posibilidades, de ahora en adelante, son inmensas aunque, paradójicamente, el producto siga siendo el mismo. En 1996 David Foster Wallace imaginaba en La broma infinita el samizdat, una película tan fascinante que era capaz de paralizar a cualquiera que la viera, haciendo que su espectador dejara de lado cualquier otra actividad que tuviera, lo que, eventualmente, provocaba su muerte. Por supuesto, la imagen ahí creada por el autor estadounidense era una hipérbole apocalíptica que simplificaba —y auguraba en muchos sentidos— nuestra relación con el entretenimiento, ya no se trata simplemente de que algo nos guste, sino que ahora también está de por medio la saturación y la obsesión. El enganche que nos deja anhelando y pidiendo más, sin que llegue un punto en el que la saciedad o la suficiencia sean alcanzadas. Es por eso que, quizá, el futuro audiovisual lo siga dominando el cine de franquicias —ya no solo Marvel y los superhéroes, quienes de por sí han ganado un terreno bastante amplio—, que más que ser un paso en falso o el signo de la actual y profunda decadencia del séptimo arte —como muchos, rasgándose las vestiduras, lo han anunciado—, ha terminado por ser un estadio de comodidad que, satisfecho de sí mismo, se repite en un bucle que se ofrece a quien quiera disfrutar de él. Si esto es una dicha o una condena, será tarea de cada espectador averiguarlo.  

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